Opinión | A contraluz
Pese al apagón, la gente luce
En estos tiempos, no es raro que las sombras de un futuro incierto se asomen por debajo de la puerta, recordándonos lo frágiles que somos
Escribo el artículo de hoy sin haber tenido mucho tiempo para reflexionar, lo confieso. A fin de cuentas, cualquier otro texto que pudiera tener preparado ha perdido relevancia ante los acontecimientos que vivimos antes de ayer.
Hasta ahora, El gran apagón era solo el título de un podcast que escuché hace unos años y que, si no han escuchado, les recomiendo que busquen y disfruten. Por si no lo conocen, les resumiré brevemente el argumento que el título ya adelanta: España sufre un apagón total de su sistema eléctrico debido, en este podcast de ficción, a una gran tormenta solar que destruye todos los aparatos y sistemas electrónicos. La principal diferencia con lo vivido este lunes es que, en la ficción, el apagón dura meses; mientras que, afortunadamente, nosotros solo lo experimentamos durante unas horas.
Pero la situación vivida no solo me recordó a este podcast, sino también a los primeros días de la pandemia. No por la gravedad, sino por las sensaciones y sentimientos que, al menos en mí, generó el apagón: incredulidad, vulnerabilidad e incertidumbre. Y, como consecuencia lógica, algo de miedo, por qué negarlo. Las caras de desconcierto a primera hora de mediodía, con mucha gente en la calle intentando encontrar una red wifi que funcionara, las luces de los comercios apagadas y los trabajadores intentando cerrar las persianas automáticas a pulso, era una escena cuanto menos peculiar.
A pesar de no considerarme una persona especialmente alarmista, el signo de los tiempos es claro. Si esto hubiera sucedido hace 10 años, mis pensamientos probablemente se habrían limitado a una explicación sencilla: un grave accidente en alguna línea de alta tensión. Ni siquiera habría considerado la posibilidad de que la situación no se resolviera en unas pocas horas. Sin embargo, me atrevo a decir que no fui la única a la que el lunes acecharon los temores durante algún momento de las horas sin luz ni teléfono. Mi mente rápidamente se planteó escenarios como un ataque pirata virtual, con el objetivo de exigir a nuestro gobierno un rescate; o bien un ciberataque de algún país o grupo extranjero a nuestra potente Red Eléctrica, como una advertencia al resto de socios europeos, en una especie de partida de ajedrez geopolítica. Incluso, por un momento, se coló la posibilidad de que estuviéramos ante el comienzo de la Tercera Guerra Mundial. Y es que, en estos tiempos, no es raro que las sombras de un futuro incierto se asomen por debajo de la puerta, recordándonos lo frágiles que somos. De hecho, finalmente el pasado lunes se demostró lo útil que puede ser tener en casa ese transistor y hornillo que la Unión Europea nos animaba a adquirir como parte del controvertido kit de emergencia. Y aunque la causa termine siendo un simple fallo sin culpable alguno, lo cierto es que el contexto invita a que la mente divague.
Sin embargo, las horas de ayer también nos mostraron algo que ya habíamos visto durante las primeras semanas de la pandemia: que somos un país preparado, con una sociedad responsable. No solo porque los hospitales siguieran funcionando gracias a los generadores de emergencia, sino porque, en medio de esta inestabilidad geopolítica –perfecta para que el miedo se propague–, y a pesar de que las fake news y las noticias sin verificar siguen circulando a sus anchas, parece que la ciudadanía española prefiere mantener la calma y escuchar el transistor a pilas y seguir las recomendaciones oficiales. Pero, sobre todo, prefiere seguir siendo solidaria y colectiva, ayudando a los vecinos desconocidos que lo necesitan, frente al discurso ultraliberal e individualista que triunfa en otros países del «sálvese quien pueda» o «yo, mí, me, conmigo». Me atrevo a decir que esto es muestra de que la mayoría percibe que nuestro Estado funciona y responde, al menos en momentos de potenciales crisis. Y también es una de nuestras señas de identidad como sociedad española. Que en momentos de incertidumbre dejamos trabajar, escuchamos las directrices y explicaciones que nos dan y, mientras otros países se aferran a la desconfianza, nosotros somos, esencialmente, responsables y solidarios. Esto no quiere decir que seamos complacientes, sino que manejamos bien los tiempos de la democracia y sabemos que, salvo que la mentira que nos cuenten sea burda –como nos pasó ya en marzo de 2004– en los momentos de emergencia lo que verdaderamente sirve es arrimar el hombro, ser responsables y cuidarnos entre todos. Y eso es algo de lo que enorgullecerse.
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