Opinión | El artículo del día

Francisco, un papa diferente

Por circunstancias de mi vida residí un año en Roma, y puedo manifestar, sin ningún género de dudas, que ese año fue la experiencia estética y vital más importante de mi vida. Si alguna vez me pierdo en mi entorno habitual, buscadme en Roma.

El acontecimiento mundial de estos últimos días ha sido la muerte y entierro del papa Francisco en la ciudad de Roma. Y el espectáculo que hemos podido ver por los distintos medios de comunicación ha sido de tal magnitud que mis ojos y mi mente no podían asumir tanta belleza. La belleza arquitectónica de la plaza de San Pedro, ejemplo perfecto de armonía monumental, con la cuádruple columnata de Bernini, las dos fuentes gemelas y el monumental obelisco marcando el epicentro, sumados a la imponente fachada de la catedral, componen un mosaico estético imposible de superar. Si a ello sumamos la belleza de la liturgia romana, con su colorido, sonoridad gregoriana y ritmo pleno de cadencias intemporales, el espectáculo es total. Al final del trayecto funerario aparecerá la sin par belleza de la basílica de Santa María la Mayor, con su espléndida columnata y el extraordinario artesonado de la nave central. En medio, el recorrido por algunos puntos icónicos de la maravillosa ciudad de Roma. En definitiva, un espectáculo estético de primerísima magnitud.

En otro orden de cosas, recomiendo una película (más bien un biopic) sobre el papa Francisco, de Wim Wenders. Se titula El papa Francisco: Un hombre de palabra (Movistar). Y traza un cierto paralelismo entre el citado papa y la figura de Francisco de Asís, del que toma su nombre como papa, en la importancia que ambos dan a su dedicación a los pobres, a los marginados y a la naturaleza. Se detecta la fascinación de Wenders por el papa Francisco a lo largo de dos entrevistas que le hace en vida y que plasma con una narrativa cinematográfica austera y eficaz.

Bien, y dejamos para el final de este artículo el perfil del papa argentino. Desde una perspectiva laica y respetuosa, agnóstica pero transcendente, hago también mi personal homenaje a un hombre que ha procurado a lo largo de los doce años que ha durado su papado un discurso de humanidad y solidaridad con los pobres y víctimas del mundo en que le ha tocado vivir. Este papa ha encarnado la conciencia moral e intelectual de toda la humanidad, denunciando con ímpetu los grandes desafíos y catástrofes que amenazan el futuro de este mundo que tantas agresiones concita: los pobres, los marginados, los migrantes, las víctimas inocentes de cualquier guerra económica (que son todas) y cualquier agresión que nuestro capitalismo salvaje acarrea a la naturaleza.

Me parece fuera de este análisis declarar a este papa como conservador o progresista, pues su discurso es totalmente transversal y no casa con este tipo de calificativos. Todos sus actos y manifestaciones han tenido un sesgo de solidaridad y compasión con los perdedores del mundo. Desde su primer viaje a Lampedusa y su siembra de flores sobre el mar Mediterráneo, auténtica tumba silenciosa de miles de migrantes ahogados, hasta sus visitas a cárceles y extrarradios marginales y sus desesperados gritos contra la cruel carnicería de Gaza, su papado ha sido un discurso de actos y gestos a favor de los perdedores y en contra de sus autores.

Que todo eso es un discurso retórico, puramente simbólico y que no cambia en nada la catastrófica realidad. Cierto. Que estos perdedores no han disfrutado de un cambio positivo en su situación. Cierto. Que su presencia ha sido un mero incordio, pero las estructuras vaticanas y eclesiásticas no han sufrido un cambio significativo. Cierto. Que la dogmática de la Iglesia no ha sido objeto de sus desvelos. Cierto. Que, en definitiva, todo han sido palabras y gestos sin traducción legislativa y/o canónica. Cierto.

Pero lo que nadie puede negar es que este papa ha dado esperanza a este mundo tan insolidario y cruento. Porque a la gente le gusta lo que este papa hacía y decía. Ha sido un discurso permanente escrito emocionalmente y plásticamente. Este papa ha demostrado que todo se puede hacer de otra manera, que el mundo puede organizarse de otra forma, y que todo empieza con una forma distinta de mirar y de sentir. Todo cambio es posible. Y si es posible, merece la pena intentarlo. Este papa ha encendido una chispa que puede dar lugar a un incendio mundial. Esa chispa estaba alimentada por armas sencillas, su humor argentino, su ironía, sus dudas y sus interrogantes en voz alta, su nula pretensión de epatar y deslumbrar. Solo por eso merece la pena su papado. Será una siembra a largo plazo. Lo veremos en las disputas del cónclave que elegirá a su sucesor. La línea que él ha trazado marcará más la perspectiva de futuro que muchos cambios teológicos o burocráticos. Seguramente porque ahora eran imposibles. Ha hecho lo que ha podido y lo ha hecho bien. n

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