Opinión | DELANTE DE TUS NARICES
Versos eléctricos
Seamus Heaney escribió de la noche en que se quedó al cuidado de su abuela, en la primera casa donde vio la luz eléctrica. La casa tenía una radio donde podían escuchar las «emisoras del mundo». Las dos maravillas distraían al niño desconsolado. José Antonio Montano recordaba el comienzo de la Oda triunfal de Álvaro de Campos: «A la dolorosa luz de las grandes lámparas eléctricas de la fábrica tengo fiebre y escribo./ Escribo rechinando los dientes, fiera ante toda esta belleza,/ ante toda esta belleza absolutamente desconocida por los antiguos». Otra noche, sin electricidad, el heterónimo más chispeante de Pessoa releía la Primera epístola a los corintios a la luz de una vela. Pedro Salinas hablaba de la intimidad con una bombilla: «En el cuarto ella y yo no más, amantes/ eternos, ella mi iluminadora/ musa dócil/ en contra/ de secretos en masa de la noche /-afuera-/ descifraremos /formas leves, signos, / perseguidos en mares de blancura/por mí, por ella,/ artificial princesa,/ amada eléctrica». T. S. Eliot describía una noche de viento donde las farolas murmuraban, y Mayakovski se quedó impresionado por las luces de Nueva York, que hicieron que Josep Pla se preguntara: «¿Y esto quién lo paga?».
La novedad inspiró versos más modestos. En otoño de 1923 se celebró una fiesta por la llegada de la electricidad a Ejulve, el pequeño pueblo turolense donde nacieron mis abuelos. El historiador Juan Manuel Calvo ha publicado las coplas que se cantaron y que recopiló el maestro local, Pedro Navarro Jarque, un ejulvino exiliado tras la guerra civil. La historiadora Ana Ballestero Pascual también escribió del tema en el Boletín de Cultura e Información del Centro de Estudios Locales de Andorra. Las coplas hablaban de los lugares en que se colocaban las farolas, señalaban la promesa de mejora económica y progreso, y ensalzaban a José Rivera, propietario de la compañía eléctrica Rivera Bernad, de Albalate del Arzobispo, que instaló la corriente. Por ejemplo: «Luna que estás en el cielo,/ ya te puedes retirar,/ que hay 300 estrellas,/ que tu luz van a ofuscar.// En el medio de la plaza/ con toda fuerza cantar:/ viva Rivera y que vivan/ las bombillas del lugar». La central de la luz también era protagonista: «Lo que hay en este caseto/ demonios dicen que son,/ si tanto mal hace el diablo/ al infierno quiero ir yo». La luz ayudaba a las muchachas, al zapatero y al enfermo que subía la cuesta. Y había más beneficiarios, como se cantó en la calle del Pilar: «Alégrate, virgencica,/ virgencica del Pilar, / que tanto tenerte a oscuras/ ya te vamos a alumbrar». En la plaza, en cambio, se señalaba: «Este farol de esta esquina/ bien les vendrá a los borrachos/ pa cuando lleven la curda/ no se den narigotazos».
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