Opinión
Poco nos pasa...
Bastan cinco segundos en los que desaparecen 15 gigavatios para sembrar el caos y evidenciar la fragilidad del sistema
Hemos podido comprobar cómo no hace falta ningún combate, de los de pegar tiros, para sentir la desnudez y la vulnerabilidad en carne mortal. Las guerras del futuro (Alvin y Heidi Toffler, 1993) es un ensayo que ya advertía de que los conflictos «bélicos» estarían marcados por la tecnología en esta era de la información, y qué curioso que bastan cinco segundos, un pestañeo, en los que desaparecen quince gigavatios de la red eléctrica, para sembrar el caos y, hete aquí, la evidencia de la fragilidad del sistema; debate obligado en los coloquios, donde los tertulianos, expertos en casi cualquier cosa (no deja de sorprenderme), igual te discuten sobre ciclos combinados y teorías de la conspiración, como elucubran sobre la vida de los caracoles u opinan sobre el modelito «rojigualdo» de la presidenta de la Comunidad de Madrid para conmemorar el 2 de mayo .
Mientras tanto y durante unas horas, personas atrapadas en los ascensores, vuelos cancelados, trenes detenidos, semáforos apagados, datáfonos en hibernación y microondas que no funcionan, por no hablar de la apresurada recogida de agua en todo tipo de recipientes y perolas colocadas sobre la encimera de la cocina p´a por si acaso. Peor se las veían quienes, conectados a una máquina en la soledad de sus hogares, vivieron con incertidumbre la evolución del asunto.
Pérdidas millonarias en grandes empresas paralizadas y pequeños negocios que no sabían si podrían cerrar la persiana. Filas insospechadas en las tiendas regentadas por ciudadanos chinos para comprar velas y transistores a pilas, que se convirtieron en imprescindibles para obtener algo de información. Supongo que los responsables de los seguros aún mantienen la oreja pegada a la espera de que el Gobierno declare el apagón como asunto de «fuerza mayor» y evitar así indemnizaciones de cuantías desorbitadas.
El sosiego relativo fue para quienes siguen manteniendo las placas de gas y para los que (como dice mi madre) tenían «plata» bajo el colchón. Supongo que daría para una tesis en sociología el fenómeno de «echarse» a las calles, en busca de la protección de nuestros congéneres como si compartir la situación nos diese más seguridad. Eso sí, secuestrados por la dependencia del teléfono móvil, se repetía el gesto de levantarlo hacia el cielo cual plegaria improvisada, comprobando la ausencia de cobertura y entrando en pánico por no poder enviar ni un mensaje de voz al que exigirle el doble check azul urgentemente, que para eso nos hemos instalado en la cultura de la inmediatez, las cosicas ¡para ya! Qué paradoja... y todavía hay quien dice que aprendimos algo de tiempos de pandemia, en los que ir al ralentí era velocidad de crucero, cuando el mundo se detuvo.
¿En qué momento dejamos de comunicarnos «boca-oreja» con esos vasos de plástico unidos por un hilo infinito? Supongo que me hago mayor y echo de menos esas quedadas a las cinco de la tarde de sábado a sábado en las escaleras de la DPZ. Ahora las quedadas van de portal a portal, y ni siquiera se toca el timbre... sino que se manda un Whatsapp: ¿bajas?
La tarde del pasado domingo comentábamos exactamente esto entre un grupo de amigos en un bar cualquiera donde la música de fondo silenciaba las imágenes de la pantalla del televisor. Un canal extranjero emitiendo un programa de «deportes» peculiares. La verdad es que el curling, práctica sobre hielo en la que se lanzan piedras de granito mientras se pule la pista con escobas para que avancen hacia una diana, no llamó especialmente nuestra atención, formaba parte del escenario visual mientras seguíamos comentando el apagón, pero en un cambio de registro, aparecen hombres y mujeres corriendo, sujetando con una mano un palo entre las piernas, como si fueran montados en una escoba, y en la otra, una pelota que metían por unos aros colocados verticalmente a distinta altura; a todo esto, un señor de amarillo se pasea de un lado a otro de la pista con lo que parece un calcetín que le cuelga sobre las nalgas, en cuyo interior hay una pelota de tenis que todos persiguen... quádbol se llama, muy de moda entre seguidores de Harry Potter.
Pero lo que ya nos dejó muertos fue la equitación vegana (vegan horse riding, ahí queda eso), un salto de vallas realizado por jinetes que trotan y galopan, así consigo mismos, sobre un palo pegado a una cabeza de un caballito de madera. Y es ahí, cuando alguien pronuncia la frase que titula «mi Cierzera»... Poco nos pasa...
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