Opinión

Las cicatrices de las ciudades

No sé si alguien está pensando en dar una solución a ese Teatro Fleta que un día, siendo niña, me descubrió que toda la magia cabe en una frase de cine

Todas las ciudades tienen cicatrices que se eternizan en el tiempo sin solución alguna y el Teatro Fleta sin duda es la gran cicatriz en el corazón de Zaragoza, en plena avenida César Augusto, emperador que da nombre a la ciudad a través del topónimo romano Caesaraugusta, creado para homenajear al César. La historia de este emblemático y fallido edificio se remonta a 1931 cuando se inauguró bajo el nombre de Iris Park y en su interior se ubicaban una sala de cine, otra de teatro, una pista de patinaje, una de baile al aire libre y otra cerrada donde imagino que la sociedad zaragozana de ese momento disfrutaba de su tiempo libre y de sus grandes y pequeñas historias de amor.

Yo no lo conocí como Iris Park ni como Teatro Iris, sino ya como Teatro Fleta y puedo asegurar a quien me lea, y no llegara a conocer este edificio, que una vez que entrabas en sus tripas, daba igual si lo hacías por Azoque o por la avenida, el cine y su magia te envolvían con decisión, dejando tras sus muros cualquier otra realidad que no fuera las de tus entradas en la mano para disfrutar, olvidar y soñar. A mí, personalmente, me gustaba entrar por la calle Azoque, donde se abría un largo pasillo con luces amarillas y paredes repletas de carteles con el nombre de grandes películas que conducía directamente al vestíbulo del teatro, impresionante espacio de grandes escalinatas y columnas regias que sujetaban el techo y se vestían con los rostros de actores famosos.

Recuerdo que subir aquellas escalinatas tenía algo de sagrado, como quien se mete en las tripas de un gran bosque en busca de una aventura inigualable, surcando los fondos del océano o los rieles de una vía que trepa a los más recónditos picos. Así te sentías más o menos al entrar y así viví ‘E.T.’ o ‘Lo que el viento se llevó’ o todas y cada una de las películas que disfruté en el gran Teatro Fleta, que un día cerró sus puertas, vivió vaivenes y decisiones erróneas hasta quedar varado y descompuesto en el centro de Zaragoza sin que a nadie parezca preocuparle en exceso y sin que nadie dé una respuesta a otro edificio emblemático que se nos muere por desidia y falta de ambición y deseo de hacer de Zaragoza y Aragón un lugar sabedor de sus herencias.

No sé cuántos años más pasarán y ni siquiera sé si alguien está pensando en dar una solución a ese Teatro Fleta que un día, siendo niña, me descubrió que toda la magia cabe en una frase de cine. 

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