Opinión | MIEL, LIMÓN & VINAGRE
Tino Pertierra
Ricardo Darín, qué grande sos
El actor argentino suma con 'El eternauta' un nuevo éxito en una carrera de triunfos como 'El hijo de la novia' o 'El secreto de sus ojos'

El actor Ricardo Darín.
Qué grande sos. A Ricardo Darín le das a interpretar una guía telefónica y te deja con la boca abierta. El actor argentino, que incorpora la ciencia-ficción a su vitrina de éxitos con la serie El eternauta, es ese extraordinario hombre normal y doliente que transmite verdad en cada mirada, autenticidad en cada gesto. Y que es capaz de hacer creíble cualquier personaje aunque el guion no esté siempre a la altura. Es un actor-autor que ayuda a crear espacios de humanidad donde se respira libertad expresiva y compromiso con un oficio que pide a gritos profesionales que dominen los susurros más elocuentes.
El guion de su vida no dejó lugar a la duda ya desde los primeros planos. Nacido en Buenos Aires en 1957, llevaba la interpretación en la sangre de sus padres, Renée Roxana y Ricardo Darín. Muy pronto empezó a curtirse en la escuela de las telenovelas como galán acostumbrado al trabajo duro y constante. Formó parte del llamado grupo galancitos, jóvenes actores que hicieron trasvase al teatro de lo que había triunfado en la pequeña pantalla. Más enseñanzas que acumular.
A finales de los años 80 tuvo dos bombazos con la telenovela Estrellita mía junto a Andrea Del Boca y Rebelde, junto a Grecia Colmenares. Vale, la cosa pintaba muy bien en esos roles pero Ricardo Darín quería salirse de sus casillas y lució vis cómica en la serie Mi cuñado durante tres años magníficos, mientras llevaba la suerte en los telones con trabajos teatrales de primer nivel.
Ahora parece mentira, pero a Darín le costó asentarse en la gran pantalla. Qué bárbaro. Enlazó títulos olvidables en muchos casos pero se las apañaba para dejar huella de su talento por más escuálido o acartonado que fuera el papel. Aprender, aprender, aprender. Y esperar. Perdido por perdido, dirigida por el entonces desconocido Alberto Lecchi, y El faro, de Eduardo Mignogna, fueron unas cartas de presentación importantes para acreditar que estaba preparado. Listo: ya.
Juan José Campanella, el gran director argentino de raíces asturianas, le confeccionó un traje a medida con El mismo amor, la misma lluvia, y Darín no desaprovechó la oportunidad para brillar con luz propia al encarnar a un descarnado personaje lleno de aristas, vacío de ilusiones, un fracasado (el rey Midas al revés) que falla a todo el mundo, incluida la mujer a la que ama, mientras a su alrededor se va descomponiendo un país entero entre deslealtades, corrupciones, errores y horrores. "¿El miedo? Cátedra". Con Nueve reinas ganó la partida del éxito popular y crítico en su retrato de un estafador de poca monta zarandeado por las circunstancias en una Argentina malherida. Lo bordó.
La alianza Campanella-Darín estaba lista para el despegue de ambos. Y llegó el gran éxito de El hijo de la novia, una comedia dramática que jugaba con maestría bazas de humor irresistible y emociones sobre el crepúsculo de los viejos, un derroche de humanidad nunca impostada, siempre al filo de la verdad.
El perfil de Darín ya ofrecía algunos de los trazos que se irían desarrollando y fortaleciendo con el paso del tiempo. Hombres que hacen de la contradicción una forma (¿lúcida?) de estar o entender el mundo, seres normales y dolientes amenazados por el desencanto, aferrados a una labia salvavidas en mayor o menor grado de introspección, con manuales de resistencia sin alborotos ni exhibicionismos. De Darín se puede esperar cualquier cosa menos trampas a la hora de buscar una sonrisa o una lágrima. Y nadie se indigna mejor que él cuando hace falta. Véase Relatos salvajes.
Sin prisas y con causas robustas, Darín se convirtió en uno de esos actores que caen bien a (casi) todo el mundo, coherente y, llegado el caso, dispuesto a levantar la voz si es preciso contra injusticias y (o)presiones. Argentino hasta la médula, nunca desdeñó trabajar en lugares donde se sintiera cómodo (España, por ejemplo, donde se le concedió la nacionalidad, y donde cosechó triunfos como Truman) pero siempre se mantuvo lejos de los cantos de sirena de Hollywood, consciente quizá de que su arte interpretativo (y su acento) no encajaría en esa picadora de talentos.
Darín no necesita trucos y firma tratos con los espectadores: te daré lo mejor de mí. Créeme. Una película como El secreto de sus ojos (Campanella en estado de gracia) resume a la perfección todas las variantes interpretativas como Benjamín Espósito: un amor atormentado, una lucha tenaz por una batalla perdida de antemano, el dolor de las claudicaciones sin consuelo, el estupor comprensivo y amargo ante una verdad salvaje. Un personaje que, marca de la casa, siente las cosas a fondo, sin quedarse en la superficie, gestionando con precisión los silencios y las miradas, modulando la voz sin atajos y metiéndose bajo la piel del personaje para dejar expuesta la pulpa del personaje. Es imposible pillarle en un renuncio, tampoco como (ocasional) director. Confiad siempre en él.
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