Opinión | El artículo del día
9 de mayo, Día de Europa
La vida de un ser humano merece la pena si tiene sentido, si tiene lógica, si trasciende su propia masa corpórea. De lo contrario, no deja de ser un mero cuerpo que no aporta nada a la humanidad y que se guía por la lógica de la mera supervivencia de las cosas u objetos inanimados. Lo mismo pasa con una sociedad a la que da sentido su escala de valores, su proyecto político y su aportación al conjunto mundial.
El 9 de mayo de 1950, el ministro de Exteriores francés Robert Schuman pronunciaba un discurso sobre la búsqueda sincera de la paz mediante el reconocimiento mutuo y la cooperación con el prójimo. Ese es el punto de arranque del gran proyecto europeo, actualmente Unión Europea (UE) y ojalá en el futuro Estados Unidos de Europa.
Si algo caracteriza a Europa es ser el origen de conceptos e ideas que trascienden su propio territorio. A pesar de ser el origen y el lugar de las dos guerras mundiales, que son propiamente europeas, aunque nuestro eurocentrismo las considere mundiales, Europa, ya desde Roma y especialmente desde el Renacimiento, ha ido forjando, aparte de una sociedad fuerte política y económicamente, una cultura de valores compartidos que han marcado la lógica y la esencia de un potente capital ético. Si hay dos términos que definen una sociedad de valores como la europea son: democracia y ética. De ahí derivarán otros conceptos como libertad, igualdad, diálogo, tolerancia..., valores todos ellos que se expandirán universalmente y que cristalizarán en los Estados de Derecho que conocemos en la actualidad. Ciudadano es el concepto resultante de la evolución del contrato social que la modernidad europea inventó para el mundo. Concretamente en España, los españoles no recobramos la condición de ciudadanos desde la II República hasta nuestra Constitución de 1978, y la ampliamos como ciudadanos europeos con la entrada en Europa. La europeidad da sentido a un nuevo Estado de Derecho que debemos fortalecer.
Actualmente, la guerra ha vuelto a Europa en Ucrania con la invasión rusa. Ante ello, Occidente está desunido. EEUU, hasta ahora el gendarme occidental frente a los imperios más orientales, ha abandonado a Europa como aliado prioritario. Y no solo eso, sino que le ha declarado la guerra, de momento económica, pero en el fondo es una estrategia contra el proyecto europeo de integración y fortalecimiento como potencia. Ya lo consiguió en parte con el brexit británico, trampa en la que los conservadores ingleses cayeron y ahora están arrepentidos. Incluso Trump se alía coyunturalmente con el imperio ruso frente a la UE, a la que ya ven como un rival de importancia creciente. La batalla que se está dando no es solo territorial, sino que los distintos nacionalismos, autoritarismos y neofascismos de diverso signo están peleando contra un proyecto político, el europeo, que defiende un Estado de Derecho protector de libertades y derechos.
Por eso hay que defender Europa, su idea, su proyecto y todo lo que ello conlleva para sí y para el mundo. Todo lo progresista que existe en los foros internacionales lleva el sello europeo: las políticas verdes, la política migratoria (a pesar de sus muchos retrocesos, debidos a las dialécticas nacionales frente a los nuevos partidos de extrema derecha) y, sobre todo, la idea y la práctica de una democracia liberal que viene desde la modernidad europea del XVII y llega hasta nuestros días. Si a ello añadiésemos una mayor integración entre los 27 países de la UE, el proyecto europeo daría un salto de gigante.
En la actualidad, Europa se encuentra en una encrucijada que, si la aprovecha, podría suponer su mayoría de edad en términos democráticos, políticos y económicos, y su equiparación como gran potencia junto a otras (EEUU, China, Rusia). Para ello necesita de unos líderes que estén a la altura del momento y de una ciudadanía que los obligue a seguir la lógica y la ética que el proyecto político europeo nos demanda. Y no solo por el bien de Europa, que también, sino por el bien mundial como efecto derivado.
La superioridad moral de Europa sobre las otras potencias debe ir acompañada de otros factores económicos, políticos y tecnológicos. Solo así estaremos en situación de articular un proyecto de integración que garantice su independencia, seguridad, libertad y cohesión social. 27 países no hacen una potencia si no hay previamente una integración. De ahí la gran importancia de luchar contra todos los movimientos reaccionarios auspiciados por las otras grandes potencias, a las que no interesa una UE con estrategia única y fortaleza equiparable a la de ellos.
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