Opinión | TALENTO Y EMPLEO

Juan Martínez de Salinas

Vocación, realidad y futuro

Hay una frase que suena casi como un mantra moderno: "Trabaja en lo que te gusta y no trabajarás ni un solo día de tu vida". Suena bonito, incluso inspirador. Pero es, en parte, un espejismo. Porque incluso el trabajo más apasionante tiene momentos aburridos, exigentes o pesados. Lo importante no es evitarlos, sino aprender a convivir con ellos sin perder el entusiasmo. Amar tu profesión no implica disfrutar cada minuto del día.

Primera reflexión: la vocación no siempre es clara ni aparece a los 17 años, justo cuando hay que decidir qué estudiar. Muchas veces surge después, al probar, fallar y aprender, cuando uno empieza a reconocer en qué tareas se siente útil, retado y pleno. Y eso no siempre coincide con las decisiones tomadas en el instituto, cuando aún estamos descubriéndonos.

Por eso, es comprensible que muchos elijan sus estudios por intuición, por descarte o porque alguna asignatura se les da bien. Pero esa elección no debe ser una condena, sino un punto de partida. La carrera profesional se construye como un puzzle en constante evolución, donde los estudios son solo una pieza más. Las otras: experiencia, habilidades, aprendizaje continuo, red de contactos y, sí, algo de suerte.

Afortunadamente, cada vez más se comprende que el éxito profesional no pertenece solo a la universidad. La formación profesional puede ser igual o más eficaz en sectores donde lo práctico y técnico se valora más que la teoría. No se trata de oponer modelos, sino de entender que el prestigio debe nacer del resultado, no del formato. Hay fontaneros que ganan más que abogados, y programadores autodidactas más valorados que licenciados con varios másteres.

También hay que hablar de una incomodidad: la distancia entre lo que se enseña y lo que el mercado necesita. Muchos títulos no preparan bien para un entorno que demanda perfiles versátiles, con pensamiento crítico, habilidades digitales y actitud proactiva. Ya no basta con saber; hay que saber hacer, saber aprender y saber comunicarlo.

En este siglo, la carrera profesional no es una línea recta, sino una espiral de aprendizajes, cambios y reinvenciones. Hoy puedes ser diseñador gráfico, mañana trabajar en marketing digital y pasado montar tu propio negocio. Y está bien. El mercado valora resultados, no trayectorias ininterrumpidas.

Por eso, no hay que temer "equivocarse". Estudiar algo que luego no ejercemos no es un fracaso, sino un paso más hacia descubrir lo que realmente queremos o sabemos hacer. Hoy se premia más la adaptabilidad y la capacidad de seguir aprendiendo que la fidelidad a una carrera inicial.

Ahora bien, también debemos reconocer una paradoja: hay más titulados, más cualificados... y también más frustración. ¿Por qué? Porque muchos creen que un título garantiza un trabajo bien pagado. Pero el mercado no se rige por diplomas, sino por competencias, impacto y diferenciación. Tener cinco títulos no sirve si no sabes resolver problemas reales.

Y aquí entran las llamadas soft skills: comunicación, trabajo en equipo, gestión emocional, pensamiento crítico... Habilidades que no siempre se enseñan, pero que marcan la diferencia entre un buen profesional y uno inolvidable. No basta con saber trabajar, hay que saber convivir, colaborar y aportar valor.

También hay responsabilidad por parte de las empresas. Dejar de pedir 5 años de experiencia a recién egresados y recordar que alguien una vez les dio su primera oportunidad. Apostar por talento joven puede traer grandes beneficios si se hace con visión.

Otro aspecto clave es el cambio en la cultura del trabajo. Las nuevas generaciones valoran su bienestar, su tiempo libre, su salud mental. No están dispuestas a sacrificarlo todo por un salario. Esto ha obligado a muchas empresas a ofrecer más flexibilidad y repensar sus modelos. Pero también hay que ser realistas: no todos los trabajos permiten teletrabajo o fines de semana libres. Cada uno debe decidir cuánto está dispuesto a invertir en lo que quiere lograr.

Esa es también la razón por la cual muchas profesiones bien pagadas y demandadas siguen teniendo vacantes: fontaneros, soldadores, técnicos industriales... oficios que requieren habilidad, compromiso y cierto sacrificio. Pero que ofrecen estabilidad, buenos ingresos y la satisfacción de resolver problemas reales. El error fue infravalorarlos, cuando en realidad son más plan A que muchos otros caminos.

Una anécdota lo resume bien: una joven, recién graduada en Traducción, no consigue entrevistas. ¿Por qué? Solo postula a trabajos compatibles con sus clases de yoga, inglés y cenas con amigas. Para ella, el trabajo debe adaptarse a su vida. Pero trabajar implica elegir prioridades, hacer sacrificios y entender que no podemos tenerlo todo, todo el tiempo. Esa es una lección que cuesta, pero hay que aprender.

Queda una certeza: la carrera perfecta no existe. Pero sí existe la actitud correcta, el compromiso con el propio crecimiento, la apertura al cambio y la capacidad de reinventarse. Elegir un camino profesional no es una única decisión. Es algo que se revisa, se ajusta y se transforma tantas veces como sea necesario. El éxito no está en no desviarse, sino en saber redirigirse con inteligencia.

Hoy, no triunfa quien más sabe, sino quien más rápido aprende. No avanza el más titulado, sino el más versátil. No destaca el que más exige, sino el que más valor aporta.

Así que estudia, fórmate, pero sobre todo: piensa, actúa, equivócate, aprende y vuelve a empezar. Porque el futuro no se recorre con mapas antiguos, sino con una brújula interior y una mente despierta.

Tracking Pixel Contents