Opinión | Sala de máquinas

El farsante

Los medios de obediencia debida al Gobierno –en particular, Prado del Rey–, han debido recibir instrucciones para no sacar, o sacar poco, a los indepes catalanistas. Los españoles han ganado calidad de vida desde que ni el grosero Rufián ni el grotesco Puigdemont abren los telediarios.

Sin embargo, su pérdida de protagonismo televisivo no ha restado un ápice a su influencia parlamentaria. Ahí, en su aritmética, es donde tienen cogido a Pedro Sánchez por un puñado de votos, con puño de hierro.

Rufián, considerado por muchos independentistas como un traidor a la causa, es un individuo sin la menor moral, que va medrando, viviendo de esto, del cuento, sosteniendo, para bochorno de los republicanos, ser defensor de una república, y afirmando, para despiste general de la izquierda, pertenecer a ella.

Con Puigdemont, su pseudo ideología es más fácil de definir: un pequeño burgués nacionalista, amante de la buena vida, con el dinero como piedra magnética y con las herramientas del poder para llegar a ella.

Pero el dinero –el capital–, comienza a cansarse de este personaje irredento, absurdo, que desde Bruselas pretende seguir manejando a su antojo la Generalitat de Cataluña y el Parlamento español.

Banqueros y financieros le buscan ya relevo al frente de Junts, herencia política de los Pujol malbaratada por semejante botarate. Con Puigdemont (temen incluso los suyos), no volverán los felices tiempos de don Jordi, con otro honorable tan metódicamente y a gusto deshonrado por el tres por ciento y la colla de comisionistas que, siempre con el beneplácito de Madrid, vuelvan a llevarse a casa la comandita, a colocar al cuñado y a rezar a una madre superiora para que les permita continuar en el convento. Una religión, un ideal así, gobernando de nuevo los burgueses de Barcelona, los payeses de Lérida, los ultras de Gerona, los gremios afectos a la futura nación que nunca lo será más allá de un utópico deseo sería lo fetén para quienes, a distancia, cavan en Bruselas la tumba de El Puigdi.

Personaje que pasará a la historia de España, y de Cataluña, como lo que realmente es: un chantajista, un farsante, un bluf.

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