Opinión | Con sentido / Sin sentido
Un santo laico
Hubo tiempos en los que a los santos los propiciaba el clamor del pueblo y luego desde la cátedra de S. Pedro los canonizaban. Ya lo comenté aquí a propósito de San Francisco de Asís, y algo parecido ocurrió con su correligionario San Antonio, que se ganó a la gente haciendo frente a los usureros de Padua. Los santos eran modelos de vida, contagiosos lucernarios morales. Después, la Iglesia monopolizó el proceso de santidad y llegaron a los altares individuos tan poco edificantes como Vicente Ferrer o Escrivá de Balaguer, entre otros. Ahora, cuando la derecha, no solo la ultra, reivindica el «malismo», el autoritarismo y demás chulerías satánicas, es importante sacar en procesión a los pocos santos laicos y «sabios que en el mundo han sido», con permiso de fray Luis de León. Pepe Mujica lo fue o lo es, porque su legado ético y sus alumbradas palabras no dejan de resonar. El foco papal nos ha demostrado recientemente que la liturgia y la palabra inspirada son importantes, pero mucho más es el acompasamiento de lo que se predica con la vida: lo propio de los santos. Pepe fue un hombre consecuente aun ejerciendo de político, oficio en el que el cinismo es la seña de identidad más habitual. Él se proclamaba estoico, y lo era en su mejor versión, pero para mí que era sobre todo seguidor de Epicuro. Como aquél en su «Jardín» (la escuela epicúrea), Pepe en su chacra se abandonaba al goce de los sentidos y de la amistad; renunciaba a las multitudes para concentrarse en vivir sin preocupaciones, sin necesidades inútiles y deseos desbocados: por eso, como aquel griego, no temía a la muerte ni cuando la sentía rondar. El ermitaño uruguayo estaba en las antípodas del hedonismo del «más, aquí y ahora» dominante en un planeta que está siendo depredado por esa ansiedad insaciable; y para eliminar ese desasosiego nada mejor que procurar la serenidad por el equilibrio físico y mental. A diferencia de la doctrina del Jardín, alumbrada en pleno individualismo prehelenista, Mujica tenía una gran preocupación social, un compromiso con el común resumido en una de sus últimas sentencias: «¿pa qué mierda vivimos si somos incapaces de sacrificar un poco de nuestro bienestar a favor de tanta gente jodida que está viviendo en nuestra sociedad?». Seguro que a san Pepe, como a los santos católicos, se le venerará sin hacerle mucho caso… Menos sus colegas políticos, que se deshacen en elogios a su ejemplo y mensaje, pero al minuto están haciendo lo contrario. Desde el cielo socialista Mujica sabe que esos falsarios pasarán, pero a él siempre alguien le rezará la Internacional.
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