Opinión | Sala de máquinas
La habitación cerrada
Si de novela policíaca hablásemos, siempre nos seguiría resultando excitante el reto de resolver el enigma de «la habitación cerrada». Un misterio de los llamados «clásicos», cuyas múltiples variantes, empleadas y renovadas por numerosos autores, devienen, si los argumentos están bien construidos, en atractivos y amenos desafíos para el lector.
Se considera el «inventor» de esta especialidad al escritor francés Gaston Leroux, uno de los pioneros del género negro. Su novela, El misterio del cuarto amarillo (1907) supuso un auténtico descubrimiento y todo un reto para la sagacidad de los lectores, que deberían solucionar el caso de un crimen cometido en una habitación en la que, en principio, resultaba imposible entrar y salir.
Shyamalan, un interesante director de cine, ha ensayado con éxito una nueva y cinematográfica versión de «la habitación cerrada» en La trampa, su última película.
En ella, el espectador irá acumulando una creciente tensión a medida que un asesino en serie sea acosado por las fuerzas de seguridad en el interior de un pabellón donde se celebra un concierto para jóvenes. Siendo la propia hija del asesino, una niña de apenas catorce años, fan de la cantante Lady Raven, a quien sueña con conocer un día (deseo que se hará realidad esa misma noche, aunque en condiciones muy diferentes a las imaginadas por la chiquilla).
El director, discípulo de Hitchcock y de Brian de Palma, no se tomará la molestia de ocultar al malvado. Desde el primer momento, los espectadores sabrán que el padre de la pequeña no es otro que el temible Carnicero, un psicópata criminal que viene causando un rosario de atroces muertes en la ciudad, sin que la policía haya podido detenerlo todavía. De él, los agentes saben que es un hombre blanco, con una edad entre los treinta y los cuarenta y cinco años, y que conduce un coche oscuro. Con estas pistas y la sospecha de que el Carnicero asiste al concierto de Lady Raven tejerán una «trampa» (de ahí, el título) de la que esperan no pueda salir, de la misma forma que era imposible escapar del «cuarto amarillo» de Gaston Leroux.
Un mismo mecanismo, pero distintas, y siempre herméticas y enigmáticas, «habitaciones cerradas»...
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