Opinión

Cuentas y cuentos

Los gobiernos democráticos que rigen nuestros destinos se están revelando incapaces de sacar adelante sus presupuestos anuales. Merced a eso, nos gobierna mal, o mal gobiernan, corriendo el riesgo de que el personal alcance a colegir que no son, precisamente, unos buenos gobiernos, con las pertinentes consecuencias en las urnas.

Pero, ¿por qué no les cuadran las cuentas en la aritmética parlamentaria? El ejecutivo central de Pedro Sánchez no las saca adelante porque Carles Puigdemont no lo autoriza. El gobierno autonómico de Jorge Azcón no aprueba sus grandes cifras, ese descomunal conjunto de partidas destinadas a activar la economía de los aragoneses, porque Vox no lo sanciona.

Son, es verdad, obstáculos distintos. Puigdemont (Junts) actúa como un chantajista, imponiendo su voluntad a todo un Parlamento (a todo un país). Vox-Aragón hace valer sus imperativas ideas económicas por encima de la posibilidad de un acuerdo.

Como resultado, ni los aragoneses, como tales, ni tampoco en su calidad de españoles tienen las cuentas al día, no ven debatidos, contemplados, aprobados muchos de sus proyectos, ni pueden crecer al amparo de esas cuentas públicas encharcadas en una ciénaga de acusaciones y excusas mutuas. Los ciudadanos, en este económicamente paralizado 2025, se ven condenados a seguir siendo gestionados con los viejos presupuestos de años anteriores.

Dicha carencia o frustración dejaría de serla en el momento en que los dos grandes partidos, PSOE y PP, acertaran a sentarse y, de común acuerdo, pactasen para nuestro país y para nuestra autonomía unos presupuestos modernos, competitivos, necesarios.

¿Es imposible? Naturalmente que no. Entonces, ¿por qué no cierran esa alianza, y otras muchas que podrían derivarse de su entente? Simplemente porque luchan entre sí por el poder. Encenagados en una charca de rencores, son incapaces de gobernar en pro del bien común.

Un hombre de estado, uno de verdad, conseguiría sin duda avanzar en este terreno, cedería, pactaría, y firmaría en tiempo y forma (a principios de año y por una razonable mayoría) unos presupuestos generales en los que las grandes materias (inversiones públicas, sobre todo) estarían resueltas sobre el papel, a la espera de su ejecución en doce meses.

Pero, en vez de cuentas, nos endosan cuentos... 

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