Opinión
La mentira como arma política
El título de este artículo responde a un capítulo del libro de Joaquím Bosch titulado Jaque a la democracia. España ante la amenaza de la deriva autoritaria mundial (2024). En el mismo, este prestigioso magistrado, quien fuera portavoz de la organización Juezas y jueces para la democracia, señala que «la mentira se ha convertido en una fuerza fraudulenta de primer orden en la discusión colectiva» y, aunque ciertamente no es algo nuevo, como nos recuerda acertadamente Bosch, ahora, «los instrumentos de multiplicación de las redes facilitan una propagación exponencial de los embustes».
Asistimos diariamente a cómo determinadas redes «vomitan fake news de manera incesante, como si fueran artefactos siniestros de destrucción masiva de la verdad». Y ello resulta especialmente grave dado que estas mentiras logran un efecto perverso al agrietar los cimientos de la convivencia social ya que, como señala José María Lassalle, «la verdad se relativiza, desaparece una opinión pública informada y se erosiona la existencia de una ciudadanía crítica, con efectos muy negativos para el sistema democrático».
Los ejemplos de estas mentiras, tan tendenciosos como perversos, son numerosos: estigmatización de los inmigrantes acusándoles, sin datos, de presuntos delitos, mentiras recurrentes sobre racismo y xenofobia, teorías conspirativas varias tales como las que se propagaron durante la pandemia del Covid-19 que pretendían relacionar las vacunaciones entonces realizadas con un supuesto y surrealista objetivo de control social mediante la implantación de microchips a la ciudadanía o diversos infundios tendentes a negar las evidencias del cambio climático, lo que Ignacio Ramonet ha denominado el «complotismo».
Ante esta marea desbocada de mentiras que nos invade, hay que denunciar la responsabilidad por estos hechos imputable a esa legión de medios de desinformación que las alienta y propaga. Y es que resulta evidente, que determinados medios que se difunden por las redes digitales carecen de los filtros que, con los criterios del periodismo clásico, deberían de priorizar la calidad y la veracidad de la información frente a esa frivolidad insana que, habitualmente, acompaña de difusión interesada de las mentiras. Y es ahí donde resulta importante incidir, una y otra vez, en la importancia ética de los medios serios de información para que, como señalaba Jürgen Habermas, desde el pluralismo y la profesionalidad, tengan la capacidad de contrastar la información más relevante a la sociedad, una labor de mediación de los periodistas solventes que, ciertamente, ha quedado en gran medida deteriorada por la aparición incontrolada de determinadas redes sociales. De este modo, resulta evidente que la revolución digital ha causado una profunda crisis en la gestión empresarial de los medios de comunicación.
Esta revolución digital ha tenido como consecuencia, como nos recuerda Joaquim Bosch, «una elevada reducción de la calidad de la información, aunque la cantidad haya aumentado espectacularmente». De hecho, antes de esta revolución digital que todo lo cambia, los medios informativos solían separar en sus noticias la información de la opinión, separación ésta que, ahora en las redes, queda en muchas ocasiones diluida lo cual, en el caso de España, ha supuesto, lamentablemente, un incremento sensible de la toxicidad del debate político, enfangado por la circulación tendenciosa de mentiras.
Así las cosas, la desinformación se ha convertido en un serio problema que socaba nuestro sistema democrático. De hecho, Bosch no duda en señalar que «se trata de un veneno letal para las percepciones sociales, porque manipula la realidad y dificulta la configuración de una opinión pública informada» y, además, considera que «si no se adoptan medidas, el desarrollo de la inteligencia artificial agravará aún más esta patología social».
Ante esta amenaza real, hay que pasar a la acción pues, como decía Bertold Brech, «cuando la verdad se sienta débil para defenderse del acoso de la mentira, ha de pasar al ataque». Por ello que resulta imprescindible adoptar nuevas regulaciones penales y civiles para hacer frente a las mentiras y falsedades que tanto lesionan el derecho constitucional de la ciudadanía a recibir una información veraz, base y fundamento de toda sociedad libre y democrática. En este sentido, el magistrado Bosch apunta algunas propuestas tales como la adaptación del derecho de rectificación; la regulación civil mediante sanciones económicas bajo control judicial; la responsabilidad de los medios debe basarse en el conocimiento detallado de la titularidad de los particulares o empresas de los mismos.
A modo de conclusión, todas estas medidas pretenden que la desinformación tendenciosa pueda ser refutada con información veraz, a la vez que pone el foco en la responsabilidad, incluso penal, de los difusores de bulos maliciosos pues, todo ello redunda en garantizar la salud democrática de nuestra sociedad.
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