Opinión

Dónde presionar a Israel

La matanza en curso en la Franja de Gaza rebasa ampliamente el derecho a defenderse de cualquier Estado agredido, el que se le reconoció en su día a Israel después de la masacre terrorista de Hamás del 7 de octubre de 2023. Muy pronto, sin embargo, se hizo evidente que la ruta trazada por el Gobierno de Binyamín Netanyahu aprovechaba la comprensión internacional no para neutralizar la estructura militar y de mando de Hamás sino para aplicar un castigo colectivo a la comunidad palestina de la Franja, que según cifras de la organización yihadista no desmentidas por la ONU alcanza los 52.000 muertos, 15.000 de ellos niños. Y aún más, para plantear la ocupación y control del territorio, con la posibilidad de un desplazamiento masivo de población sobre la mesa.

Llegados a este punto, y declarada la voluntad de no acatar un alto el fuego, es lógico que se hayan reactivado las demandas de una respuesta efectiva frente al propósito del Gobierno israelí de expulsar a los gazatís de su tierra, sometidos a un asedio sin tregua. Las iniciativas país a país, con todo, y como se advierte en el caso de España, corren el riesgo cierto de quedar en meros gestos simbólicos (sobre todo si toman como bandera algo tan liviano como el debate sobre Eurovisión y el uso como arma de propaganda del voto telemático a una canción) y sin mayor efecto, aunque con un coste político, si no forman parte de una estrategia unitaria europea. Como las presiones coordinadas para revisar los acuerdos entre la UE e Israel, que tras sumar a 17 países han forzado a la Comisión Europea a abrir este debate. O las propuestas de endurecer las sanciones, como acaba de decidir el Reino Unido.

Se trata, desde luego, de un enfoque no exento de impedimentos, empezando por la conocida posición de Alemania, con un grado de tolerancia ante los excesos israelís que es comprensible a la luz del peso y el legado del Holocausto, pero de difícil justificación a estas alturas del drama, y aun de la previsible oposición de Hungría a un programa de sanciones. La exigencia de que las decisiones de la Unión Europea en materia de política exterior sean por unanimidad complica las cosas en grado sumo, pero son bastantes las razones de principio para esperar que algo se haga con el propósito de detener la masacre.

Resulta en cambio inútil e impropio hacer uso de la situación con iniciativas voluntaristas y declaraciones que en la práctica no tienen más recorrido que en el plano interno, en esa refriega que en España, a partir de las iniciativas de Pedro Sánchez, las reacciones de Alberto Núñez Feijóo y los gestos para mantener la deshilachada mayoría de la investidura, desnaturaliza la finalidad perseguida.

Para los países europeos, todo lo que no sea actuar de forma unida en una crisis de cuya gestión ha sido excluida por Israel y por Estados Unidos será improductivo y meramente estético, pero no tendrá ninguna repercusión sobre el terreno. Solo un programa de sanciones pautado y preciso en el terreno económico puede tener algún efecto en el desarrollo de los acontecimientos y, quizá, contribuir a que se corrija, siquiera mínimamente, la deshumanización de la comunidad palestina, sometida ahora a un asedio injustificable, a un sitio por hambre que hace que incluso en la Administración de Donald Trump surjan voces que empiezan a criticarla sin disimulo.

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