Opinión | COSAS QUE PASAN
Vértigo y 'likes'
Vivimos tiempos contradictorios, acelerados, en los que reina la falta de armonía. Una vez, recuerdo que, en una entrevista con motivo de la presentación de uno de mis libros, alguien me preguntó que era para mí la felicidad. Sin dudarlo recuerdo que contesté que para mí la felicidad era -y sigue siendo- que las cosas funcionen (el ordenador, los electrodomésticos, el wifi, los gobiernos, la pareja, la salud, que los hijos estén bien, etc.). En definitiva, que haya armonía en la vida, para que el caos no se instale y nos desoriente el rumbo. Ese rumbo cotidiano de vivir. Con el covid y el reciente apagón tuvimos ocasión de demostrar que éramos un gran país que supo remontar el confinamiento para no morir contagiados. Y más recientemente, el apagón nos desconcertó y alarmó a todos, pero supimos reaccionar sin histerias y con la mesura de un país civilizado que confiaba en que no iba a llegar el fin del mundo. Es decir, no caímos en el vértigo del miedo y confiamos en que alguien estaba al mando.
También recuerdo que hace unos años, no muchos, seguía en las redes a un amigo, un buen novelista aragonés, que presumía de tener 1.500 «amigos» en su página. Esa cifra de amigos o seguidores iba creciendo a medida que pasaba el tiempo. Era como una cotización en Bolsa. No entendía muy bien cómo se pueden tener amigos de esa manera; con lo que cuesta y valoro tener amigos de verdad, de carne y hueso, con los que puedes contar en los buenos y los malos momentos. Pero, en fin, la vanidad, es lo que tiene. Se cae fácilmente en los vértigos robóticos de la tecnología online para ser valorado como alguien importante siempre que se invierta un tiempo ímprobo en las redes sociales: comentar, escribir, seguir el hilo de la controversia, cabrearte, borrarte. Volver al lío. Un agotamiento.
Reconozco que estaba equivocada, porque ahora mismo lo que de verdad importa, y por lo que eres o no valorado, es por los likes que tengas en tu actividad en las redes sociales. Si no acumulas likes no eres nadie. Si no estás en este mundo arti-ficial, de influencers, parloteadores, colgando fotos diarias de tu vida, selfies hasta para ir al baño, no eres relevante para esta sociedad del espectáculo.
El otro día oyendo la SER, en un programa de cultura donde se hablaba sobre la cantidad de libros que se publican en España y la dificultad de encontrar una editorial que los edite, se llegaba a la conclusión de que las editoriales, ahora, buscan escritores que tengan muchos likes, que «triunfen» y sean conocidos en las pantallas móviles. No por su obra, trayectoria, o calidad del manuscrito entregado, sino en las redes sociales y plataformas diversas; aunque sea el primer libro de su vida, y sean desconocidos en el mundo literario. No importa. Lo que buscan es la cantidad de likes que acumules en tu currículo, en tu entrevista online, en el vídeo que te has hecho a ti mismo y luego pasas semanas colgándolo en las pantallas de todos los dispositivos.
Estamos en una sociedad pantalla donde se multiplican las desinformaciones y eso produce un vértigo difícil de controlar. Otro buen ejemplo, es el caso Eurovisión. Ese festival decadente, hortera y disfrazado de falsa modernidad, en el que la voz es lo que menos importa. Pero ha sido portada en todos los medios de comunicación. ¿Por qué un festival de poca monta se ha convertido en noticia? Pues muy sencillo: porque los telediarios han mezclado el tongo del segundo puesto logrado por Israel con la noticia de los 14.000 niños muertos de hambre en Gaza, acorralados en la franja sin alimentos por el maldito bloqueo ordenado por presidente sionista de Israel, Netanyahu. Un nazi que maneja su personal holocausto.
Hay que saber que este festival está financiado por una empresa israelí de cosmética afincada en EEUU, que consiguió el segundo puesto en la final manipu-lando lo que se llama un televoto popular. Siempre he despreciado Eurovisión porque ya me parecía desfasado en el tiempo por muchos brillos que le pongan. Y más ahora, que ya sabemos que es un espectáculo que avergüenza a Europa.
Tarde han reaccionado las izquierdas de este país pidiendo un embargo a Israel por genocidio al arrinconar a un pueblo hasta el exterminio. Yo me imagino a un «ser» raro y oscuro que habita en los sótanos de la Casa Blanca dándole día y noche a los likes del voto popular a favor de Israel para conseguir un deshonroso y manipulado segundo puesto. Y así con todo.
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