Opinión

Un reconocimiento social

El desarrollo cultural que se realiza en muchos municipios de nuestra provincia de Zaragoza se acentúa cuando encontramos personas que aman a sus pueblos y están en una continua y apasionante actividad sociocultural. Conozco bastante gente que de manera individual o colectiva trabajan para que sus raíces culturales sigan vivas. Tengo bien comprobado que hay ciertos personajes, en muchos pueblos, que tienen un gran afán por cultivar sus talentos, y los hacen producir en beneficio propio, en el de su localidad y de sus conciudadanos.

Encontramos quienes se dedican al conocimiento de la fauna y de la flora autóctona, quienes buscan y difunden costumbres, lenguajes, refranes, músicas, cantos profanos y religiosos, historias locales, gastronomías y un sinfín de aspectos vinculados a la cultura local. Todos ellos merecen una consideración social que resalte su entrega y buen hacer para que nuestros pueblos sigan la senda que nos permite conocer y valorar lo nuestro.

Hoy deseo hacer visible la acción de tres personajes con los que me une amistad y con quienes he tenido la suerte de conversar sobre temas diversos y específicamente sobre sus intereses culturales y sociales. Creo que los tres tienen un papel definido. Forman un trío que, a su manera, cada uno ejerce una acción que revierte en la obtención de un producto cultural nada desdeñable. Me refiero a la publicación y difusión del último libro publicado por el historiador Pedro J. López Correas, titulado: El misterio en el palacio del Conde de Aranda. Se trata de una historia novelada que recorre el tiempo, los lugares y los personajes más significativos de la época del que fuera uno de los ministros más importantes de los reinados de Carlos III y Carlos IV, el insigne Pedro Pablo Abarca de Bolea (X conde de Aranda, 1719-1798).

López Correas es una persona sencilla, afable, con ciertos rasgos de introversión, que escucha más que habla, y cuando lo hace destila ese humor inglés de fina ironía, arrancando la sonrisa de quienes compartimos con él conversación. Sin renunciar a su pueblo de Bárboles, del que hace gala, está arraigado, por amor, en la villa de Épila, un pueblo que se ha convertido para él en la mina de oro de la historia local, siendo uno de los historiadores que más ha investigado y promulgado la figura del X conde de Aranda y del entorno socio-histórico de los municipios del Bajo Jalón y de Valdejalón.

Junto a este historiador, especialista en la Edad Media y Contemporánea, dedicado por completo a la producción de literatura histórica, se une el deseo, la ilusión y la entrega de otros dos significativos personajes, epilenses ellos, que ponen a trabajar sus talentos para tejer estrategias de desarrollo sociocultural y de difusión de estos libros históricos. Uno de ellos es Francisco García Sobrecasas –Franciscal es su apodo– un Sócrates del pueblo, con una extraordinaria capacidad de conexión con todo tipo de personas, saludador amable, de gran sutileza para preguntar y hacer pensar, para sacar de los demás lo mejor que llevan dentro.

Su preocupación constante es que todos los ingenios, las agudezas y las dotes de sus amigos y conocidos se expresen y sean expuestas para beneficio de la comunidad; en este sentido, es la mejor sinergia para hacer visible la obra histórica de López Correas. La otra persona que forma parte de este trío es Julio Vela Sanz (su apodo es Kubala, porque ha sido un gran futbolista local). Tiene un corazón grande, una amabilidad y cercanía admirables; su talento destacable es su disposición abierta al mundo, a la naturaleza y al ejercicio físico, para hacer el bien y disfrutar con quienes están a su lado. En este proceso de ayuda a la difusión del libro de López Correas, él ha sido el actor que ha representado la figura del X conde de Aranda, ha vestido y ha interpretado a Pedro Pablo Abarca con la profesionalidad de un actor de primera.

En las presentaciones del libro, Julio Vela Sanz ha ejercido de anfitrión y ha sido el enganche actoral amable para asistir a las dos presentaciones de este libro, una, en la sede de Caja Rural de Aragón, en Zaragoza; la otra, en el palacio del conde de Aranda, en Épila.

He escrito sobre estas tres personas, ya jubiladas, porque ponen su trabajo y talento al servicio de la comunidad local, desarrollan una labor importante para su pueblo y mantienen viva la cultura. Para mí, es tan importante y tiene la misma dignidad escribir sobre ellos que hacerlo sobre un premio nobel. ¡Valoremos lo nuestro! 

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