Opinión | Editorial
Memorándums inviables
La segunda ronda de conversaciones entre Rusia y Ucrania en Estambul acabó el pasado lunes con magros resultados y con la constatación de que el final de la guerra no se espera ni en 24 horas ni en 24 días. El acuerdo de intercambio de prisioneros y treguas parciales para retirar los cuerpos caídos es apenas una anécdota ante la profundidad de las diferencias en el contenido de los memorándums que intercambiaron ambas partes con sus respectivas condiciones.
Ucrania reclama que no se discuta la soberanía de las partes de su país hoy ocupadas por Rusia, garantías de seguridad futuras por parte de Occidente y libertad para fijar su política de alianzas militares y económicas. Es decir, el reconocimiento de una victoria frente a los intentos de ocupación y satelización por parte de Rusia que difícilmente esta aceptará mientras lleve la iniciativa bélica. Por su parte, el memorándum de exigencias ruso entregado a Ucrania reclama que acepte perder el 20% de su territorio, limitaciones sobre la soberanía de lo que quedase de su país (el diktat de Putin pretende blindar oficialidad de la lengua rusa y la presencia Iglesia ortodoxa fiel a Moscú, fijar cuándo se celebren elecciones y qué fuerzas políticas pueden ser legales) y dejar el país indefenso (renuncia a la OTAN, a la ayuda militar occidental y desmantelamiento de parte de su Ejército) ante cualquier futura nueva reclamación rusa, que la experiencia muestra que tarde o temprano acabaría llegando. Simplemente, una capitulación, una rendición inaceptable para el país agredido al que se pide que entregue incluso tierras que aún mantiene en sus manos al coste de miles de vidas.
La carta de condiciones rusa requiere una condición previa: la victoria sin paliativos en el campo de batalla. Lo que explica la continuidad de las ofensivas y los ataques a la población civil de Putin, inasequible a las exigencias estadounidenses. Aunque los halagos de Trump al presidente ruso hayan dado paso a la desbocada opinión de que «Putin se ha vuelto loco», lo cierto es que el presidente de Rusia sigue manejando con habilidad y astucia el deseo de Trump de aparecer como un pacificador, de quedar liberado de sus obligaciones con Europa y de trenzar una alianza privilegiada con Moscú para alejarla del sostén estratégico de China. Los golpes de mano ucranianos contra bases de bombarderos estratégicos a miles de kilómetros de sus fronteras y puentes de significación estratégica, entre el sábado y ayer, no impidieron el desarrollo de las negociaciones. Tampoco suponen un cambio de ciclo en el conflicto bélico. Pero sí ponen de manifiesto la capacidad de Ucrania de seguir en pie, sobre todo si sigue contando con colaboración o aceptación externa en tales operaciones.
El hartazgo del presidente de Estados Unidos, Donald Trump puede llevarle a imponer nuevas sanciones a Rusia o más bien, visto su objetivo final de distinguirla como su nuevo aliado, a desentenderse de las negociaciones pero también, definitivamente, de cualquier apoyo a Ucrania. Esta fía el futuro próximo a una cumbre Zelenski-Putin con Trump y Erdogan de intermediarios, con más expectativas de dejar en evidencia la falta de voluntad negociadora rusa que de lograr una propuesta razonable. Aunque en esta ecuación falta un componente; los aliados a quienes EEUU pedirá en la próxima cumbre de la OTAN un mayor gasto de defensa y que están cada vez más dispuestos a hacerlo, pero para frenar las ambiciones rusas.
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