Opinión
Necesito una brújula
Todos los avances que hemos conseguido en estos años de democracia se ponen en tela de juicio, pues entendemos que son obstáculos para defender nuestros intereses
Miro a mi alrededor y escucho lo que se dice. Es curioso, no reconozco nada. Estoy fuera de donde dice la sociedad que está. ¿Hacia dónde va el mundo? Lo ignoro. Me he perdido, y yo sin brújula. Pensaba que los años que llevaba de vida me habían anunciado el camino, y de repente parece que todo ha cambiado. Nada ya es igual. ¿Seré yo, que equivocado, pretendía otra forma de convivencia?
En estos momentos nos encontramos con el progreso falto de significación. Si repasamos la historia de la humanidad, creo no equivocarme si afirmo que las distintas generaciones que han existido han hecho su vida avanzando hacia el futuro; la evolución ha sido el eje de su transformación. Es en estos momentos cuando nos encontramos con un solo tiempo: el presente. No deseamos estudiar el pasado y, mucho menos, apostar por el futuro.
¿Hacia dónde nos conduce esto? Hemos perdido todo interés por una sociedad sólida, no compartiendo los intereses del conjunto. Así que vamos hacia una desarticulación de cualquier modelo de convivencia. El neoliberalismo necesita de esta descomposición; es la garantía para el enriquecimiento de unos pocos y la ampliación de la desigualdad entre ricos y pobres.
La tecnología nos ha conducido a una situación de abandono intelectual. El mundo de los logaritmos y la inteligencia artificial permite que cualquier duda o decisión que necesitemos realizar no nos cueste mayor esfuerzo que entrar en internet y hacer la consulta; de tal manera que la respuesta se convierte en nuestra decisión. Creo que los avances tecnológicos son muy necesarios y consiguen que seamos una sociedad con progresos que mejoran nuestras vidas: medicina, biología, ingeniería y muchos otros sectores marcan el verdadero camino que necesitamos para nuestra evolución. Sin embargo, si nuestras capacidades las dejamos en manos de estos instrumentos, la realidad es que nos estamos entregando incondicionalmente a tecnócratas multimillonarios, y esto termina siendo un futuro como el que describe Aldous Huxley en su novela Un mundo feliz. Por cierto, en otra de sus novelas, La isla, nos describe cuál debería ser nuestro papel como personas:
"El patriotismo no basta. Pero tampoco es suficiente ninguna otra cosa. La ciencia no es suficiente, ni lo es la religión, ni el arte, ni la política y la economía, ni el amor, ni el deber, ni acción alguna por desinteresada que fuere, ni la contemplación por sublime que sea. Nada sirve, como no sea el todo".
Es tal el desorden que la ideología se dispersa, cuando no se pierde, y esto sin motivo ni razón. Pero como tenemos el derecho al ejercicio del voto, en vez de usarlo para reconocernos con algún modelo sociopolítico, lo metemos en la urna para echar a un partido del gobierno o evitar que otro gane. El reto para recuperar a un ciudadano comprometido y partícipe activo de una convivencia para todos, en las mejores condiciones, es responsabilidad de los partidos políticos, que deben ser el espejo claro donde mirarnos.
Pues bien, toda esta manera de entender la sociedad con un sentido de individualidad, en la que todo queda al margen de cada uno de nosotros, nos está condicionando a un olvido: la marginación de los derechos humanos, de una convivencia justa y comprometida. Y sucede entonces que todos los avances que hemos conseguido en estos años de democracia se ponen en tela de juicio, pues entendemos que son obstáculos para defender nuestros egoístas intereses. Aparecen cosas como un machismo que considera haber perdido la posición de su género y olvida lo que significa la justicia de la igualdad; y lo mismo sucede con la homofobia, contra personas que no condicionan a ninguna otra. Y no digamos de la xenofobia, que por diferencia de color o necesidad de subsistir, los marginamos. ¿Qué no entendemos sobre que también son personas?
Vivimos en un modelo económico basado en el capitalismo, y debo afirmar que, por supuesto, mi forma de vida no es ajena a ello. Lo único es que, en su capacidad de crear riqueza, debemos ser capaces de conseguir con ella sociedades equilibradas en la igualdad. La solidaridad es la mejor manera de entender nuestra temporalidad en la vida. Todo lo demás es una enorme negación al papel que tenemos para ser personas. Fuera de esto, no hay futuro, no solo para nuestra especie, también para el planeta que nos acoge.
Cuando concluyo esta reflexión planteada en este artículo, la releo y me doy cuenta de que he cometido un error. Son todos aquellos que basan su vida en el individualismo egoísta y falto de compromiso con la especie y el medio ambiente quienes necesitan la brújula. Yo tengo la general del norte, que marca la convivencia solidaria.
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