Opinión | Sala de máquinas

¿Mafia?

Charlando hace algún tiempo con uno de esos jueces italianos que se han hecho famosos, además de por haber sido amenazados por la Mafia, por escribir novelas sobre la Cosa Nostra, abordamos el tema del origen de dicha «organización». Para el magistrado, no era en absoluto descartable que la mafia se hubiese originado en Aragón.

– ¿Cómo? –le pregunté, extrañado.

– Las órdenes militares de la Corona de Aragón presentaban una organización jerárquica muy parecida. Contaban con un Gran Maestre, que sería el equivalente al «padrino», a quien los soldados juraban lealtad y servían hasta la muerte. Y fueron un poder dentro del poder imperial, casi como un estado aparte.

– Visto así...

Pero yo no le creí, naturalmente, ni lo creo ahora. Ciertamente, la mafia siciliana tenía y tuvo algo de escuadra castrense, pero, sobre eso, imperó desde el primer momento la violencia ciega y el ánimo de un lucro obtenido siempre de manera ilícita o en los justos márgenes de la ley: prostitución, juego, tráfico de drogas y de armas...

Viene a cuento hablar de la mafia por el uso o abuso que del término se viene practicando en el terreno de la política española. Desde el PP se dirigen a los socialistas como integrantes de una mafia; por tanto, como violentos y temibles delincuentes. Según el argumentario de la derecha, el PSOE estaría dominado por una organización criminal dedicada a enriquecer a sus más destacados miembros, desde el presidente del Gobierno, «que está en el ajo», según Tellado, y su familia, hasta unos cuantos ministros y cargos intermedios, amén de asesores y mamporreros como Koldo, Leire, Jessica y unos cuantos más... Pero, ¿es correcto acusar al PSOE, en su conjunto, de ser una mafia? ¿Es mafiosa Pilar Alegría, es un mafioso Patxi López, se dedica a reclutar sicarios Salvador Illa, tiene vinculación Bolaños con el crimen organizado, dirige Óscar Puente casinos ilegales, es Teresa Ribera la conexión con las mafias europeas, organiza Torres el narco en Canarias, es Abel Caballero un «hombre de honor»...?

La respuesta, que cae por su propio peso, debería hacer reflexionar a quienes tan alegremente usan el lenguaje de manera no tan denigratoria como inadecuada.

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