Opinión

Y yo me pregunto: ¿quién fue primero?

Corrupto y corruptor nacen al mismo tiempo, son almas gemelas que se persiguen y espían porque su relación se basa en la desconfianza y el engaño

Ojalá no hubiera que hablar de ellos. Porque no existieran. O simplemente no hubieran hecho las cosas que han hecho. Pero existen, con sus nombres y su forma de entender la vida y a las personas. Con su deformada idea de sus derechos sin deberes y sin ningún respeto hacia tantas cosas que resulta insultante ver sus caras. Escuchar sus audios es simplemente detestable, porque representan el cuarto oscuro donde todos los horrores se desnudan cuando ellos deciden que ha llegado la hora. No hay esperanza. En estos días es una palabra deslavazada que entre unos y otros han conquistado para anularla sistemáticamente y dejarla en esa cuneta donde todo arde desangrado de olvido y malos tipos encorbatados sin ética ni valor, solo un supuesto e insignificante decoro que es bochornoso en sus palabras, repetidas palabras que no sirven para nada. Quizá para un mayor enojo, para un enfado colectivo que no detiene al verano ni a los días que están por venir, pero sí enfría tantos sentimientos que las manos se desploman y los recuerdos se evaporan sin saber donde está la salida, si es que la hay, mucho menos la de emergencia, que ellos han dinamitado con su hambre indecente e insaciable.

Ojalá no hubiera que hablar de ellos. Porque no existieran y el cuento no se repitiera una y otra vez desarmando al futuro y armando los argumentos de aquellos que anhelan tiempos de castigos y palabras oscuros, pero el cuento se repite y siempre me pregunto quién nace antes, ¿el corrupto o el corruptor? Creo que nacen al mismo tiempo, porque saben reconocerse de inmediato, son almas gemelas deambulando hasta que una mirada invita al reto y entonces se descubren y se idealizan, pero también se persiguen y se espían porque su relación se basa en la desconfianza, en el engaño y en la necesidad de disparar primero llegado el momento, que siempre llega y ya no hay amigos, porque nunca los hubo, tampoco lealtad porque nunca la hubo, ni fidelidad, solo la posibilidad de que algo estalle en el interior mismo del cosmos para que ellos dejen de ser noticia, algo sobradamente improbable. 

Ojalá no hubiera que hablar de ellos. Porque no existieran, pero existen y cada nuevo día se suma un nuevo dato a este episodio bochornoso que nos abochorna y nos descubre que sus fechorías son el precio de nuestra libertad. ¡Malditos sean! 

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