Opinión

Patriotismo constitucional

Guerras, genocidio, armamento nuclear y dirigentes políticos dispuestos a todo por conseguir sus objetivos. La historia, o la Biblia, están de su parte, nos dicen. Por aquí la corrupción se sitúa cerca del gobierno y del principal partido que lo sustenta, aunque el olor fétido abarca otros escenarios, como el de la Comunidad de Madrid y a su presidenta.

Los ciudadanos, una mayoría, miramos atónitos a las noticias que nos suministran medios no siempre neutrales, como ese que de vez en cuando sigue intentando colarnos aquello de que los atentados del 11-M fueron perpetrados por ETA. Y ante tanto estupor, ¿qué podemos hacer? Voy a hacer mi apuesta personal: apostar por el patriotismo constitucional.

Esta teoría no es original de Jürgen Habermas, el gran pensador y filósofo alemán, aunque sí le debemos a él su desarrollo y difusión mundial. Lo importante no es, a su juicio, la constitución, algo contingente y modificable, lo es el concepto, el espíritu. En un momento histórico determinado, casi siempre en situación crítica, los ciudadanos de un país deciden poner por escrito, dándole formalismo jurídico, las reglas. Primer principio: no la hace el poderoso, no es una carta otorgada, por lo que el constitucionalismo es radicalmente contrario a los totalitarismos y a los autoritarismos. Por mucho que mantengan la apariencia de ajustarse a una constitución hay países, incluso con aspecto de ser democráticos, que no lo son. Segundo principio: respeto a los derechos de las personas, ellos son los redactores, indirectos, pero electores, del texto y su exigencia es la existencia y garantía del ejercicio de los derechos de la persona, de todas, nacidas dentro o fuera del país en cuestión, la dignidad humana no depende de ello. Tercer principio: si la constitución nace en un momento histórico determinado, otro puede llevarnos a su modificación, no puede petrificarse. Lo importante no es el texto en sí, lo es el concepto, los principios, eso es el constitucionalismo. Hay más, pero estos son suficientemente significativos.

¿Y el patriotismo? En un país como España en el que durante todo el siglo XIX y buena parte del XX hemos estado adorando un concepto de patria basado en el amor a un pasado soñado y a afectos viscerales, es importante definir bien lo que debe ser: el amor al constitucionalismo, a esa comunión que nos representa pues define lo que hemos aprobado como ideal para todos. 

El patriotismo constitucional debería enseñarse en las escuelas y colegios, explicando bien lo que son las instituciones y nuestros representantes, así como el amor a la pluralidad que nos define, somos diferentes, pensamos y hablamos de forma distinta, y ello nos fortalece. Hay que conseguir la igualdad en y ante la ley, sin discriminaciones, pero sin caer en el papanatismo de querer ser iguales en todo. La diversidad es buena, incluso en las lenguas, y no es contraria a la unidad del Estado.

Y si parte de lo que he escrito hasta aquí puede sorprender a algún lector, voy a ir con un ejemplo: los militares trabajando para la paz, concepto que no está en el articulado de la CE vigente, pero sí en su preámbulo, es decir en el espíritu.

Hace unos días se presentó en el SIP (Seminario de Investigación para la Paz de Zaragoza) un libro en el que se recogen las actividades de esta organización en los últimos cuarenta años. Tanto en las palabras de quien ha sido su alma, el jesuita Jesús María Alemany, como en sus páginas, se habla de militares. Con emoción recordó un acto que con el tiempo adquirió gran trascendencia, la mesa redonda entre un oficial español, Ignacio Romay y el cardenal Ignacio Ellacuría, que tuvo lugar al principio de 1989, meses antes de que fuese asesinado el sacerdote en El Salvador. Y poniendo el acento en la presencia castrense en ese día quiso recordar algo que el SIP siempre ha tenido presente: quienes son los militares y la función que desempeñan, contra la que nunca se han expresado, y el militarismo, doctrina política que siguen algunos dirigentes, pretendiendo resolver problemas políticos por procedimientos militares, lo que es condenable y que se expresa con la palabra antimilitarismo.

A lo largo de las 160 páginas desfilan muchos nombres de quienes en estos años han participado en alguna actividad del centro, aunque no estén todos pues ciertas reuniones han contado con una imprescindible confidencialidad. De un total aproximado de 600 intervinientes, unos 30 son militares. En una valoración meramente cuantitativa este 5% puede resultar escaso, pero llamo la atención de los lectores en los años en los que han tenido lugar las actividades y en la escasa afición de los militares, y especialmente de los mandos que tienen que autorizarlas, a participar en actos públicos, con asistencia variada en muchos casos. Y siempre con la paz en el horizonte.

Había pensado en ir citando a algunos de esos compañeros, pero una cierta prudencia me lleva a no hacerlo. La cita hecha del hoy general retirado Romay Custodio, creo que nos representa a todos y al patriotismo constitucional.

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