Opinión | Editorial

‘Mini-Romareda’ como símbolo

Zaragoza ha conseguido en poco más de cinco meses y medio construir un estadio modular para 20.000 espectadores y urbanizar un antiguo aparcamiento convertido en páramo para transformarlo en uno de los focos de máxima afluencia de los próximos dos años. Materializar esta obra de ingeniería inédita en España ha colocado a la ciudad en una posición de referencia para otras capitales del país y de Europa que ahora quieren imitar el modelo. Pero lo más relevante de este nuevo estadio, una ‘mini Romareda’ que no quiere heredar el nombre del templo zaragocista que viene a sustituir, es que hace poco más de un año era algo impensable, una utopía para muchos y el secreto mejor guardado para otros. Hoy todos desfilan por esas instalaciones que, a nadie se le olvide, han costado más de 12 millones de euros de inversión y que parece un invento de todos cuando lo cocinaron solo unos pocos. Que a nadie se le olvide tampoco por qué se planificó así y por quién, que el Real Zaragoza no quería viajar a otra ciudad, mucho menos ir a Huesca, y su deseo de jugar en el viejo campo mientras se ejecutaba su reforma, comprometía los plazos para llegar a tiempo al Mundial de 2030 y de ser incluidos como sede. La misma entidad que hasta el último minuto no dejaba muy claro que fuera a ser su equipo, para el que se le ha levantado un nuevo hogar provisional en el Actur, quien fuera a estrenar estas inslatalaciones. El mismo club que ha pasado en pocos años de querer pagar íntegramente un nuevo estadio a no cumplir sus compromisos económicos con la sociedad Nueva Romareda S.L. que están sosteniendo a pulmón el Gobierno de Aragón y el Ayuntamiento de Zaragoza.

La ‘mini Romareda’ se va a convertir en todo un símbolo en la ciudad más allá del valor que tiene como equipamiento deportivo. Porque es la demostración de que en 100 días se puede levantar una estructura tan impresionante en medio de un páramo que llevaba años abandonado. Qué no se podrá hacer en otros páramos. También será la demostración de que Zaragoza sí puede procurarle al resto de equipos un campo de referencia con 5.000 o 6.000 espectadores, que no solo el Real Zaragoza merece ese esfuerzo. Y en ese camino anda ahora el Huesca con El Alcoraz, reclamando su parte alícuota de cariño institucional. Tampoco estaría mal tener ese mimo tratamiento con el Casademont, masculino y femenino, que lleva tiempo con ganas de crecer de la mano de esos mismos socios públicos.

Pero el símbolo de este estadio nuevo de 20.000 espectadores también pasa por atraer a Ibercaja a este proyecto de colaboración público-privada. El cuarto socio fallido que quiso siempre la DGA y el ayuntamiento ahora por fin va a aportar algo para sufragar los costes, aunque sea a través de darle nombre a este nuevo icono del Parking Norte con vocación de permanencia. Solo falta que el Real Zaragoza anuncie la campaña de abonos, decida a qué precio se paga una butaca en este campo provisional con un aforo más reducido que este año y le den las cuentas para cumplir sus compromisos mientras diseña un proyecto deportivo a la altura del esfuerzo económico que ya están haciendo las administraciones para cumplir sus deseos y facilitarle el presente y el futuro. Todo esto quizá dé origen a una nueva realidad que para siempre habrá nacido en la ‘mini Romareda’, la segunda residencia del zaragocismo.

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