Opinión | Cosas que pasan

Movilidad, paciencia y taxis

Estoy de acuerdo con el análisis de Ricardo Barceló, director de este periódico, al manifestar que «Los desafíos de Zaragoza en la era Chueca pasan (están pendientes) por la vivienda pública, una movilidad de futuro, la integración de los migrantes y llevar a los barrios su imparable transformación». Estos y el constante objetivo de que la ciudad y alrededores sean un foco de atracción del turismo y de empresas nacionales o extranjeras, son objetivos en los que todos estaremos de acuerdo.

Aunque, además, la calidad de vida de las grandes ciudades se mide por otros parámetros y uno, extraordinariamente importante, es la movilidad. Es decir, la facilidad o no de moverse los ciudadanos para trasladarse de un lugar a otro. Y, en este sentido, la movilidad siempre suspende cuando se pregunta a los ciudadanos cuáles son los principales problemas que tiene o mantiene Zaragoza. El transporte público es vital como motor de desarrollo y de bienestar social. Por supuesto que los residentes del lado oeste de la ciudad, con el tranvía que recorre todo el tramo de sur a norte, estarán encantados con este transporte público moderno, silencioso, con buenas frecuencias y rápido.

Pero, no es así de bonito cuando se depende del bus para moverse de un barrio a otro de la ciudad, ir y volver de la estación de Delicias, coger un vuelo en el aeropuerto, si no se dispone de coche, o simplemente ir a lo que se sigue llamando «bajar al centro». Cierto que ha mejorado bastante el tema. ¡Estamos en el siglo XXI! Solo faltaría que Avanza no hubiera avanzado con mejoras en vehículos, frecuencias, y comodidad para los miles de usuarios que utilizan este transporte público cada día. Siguen moviéndose los buses rojos que deberían ir al desguace directamente. Los avances están en los nuevos buses verdes, eléctricos o híbridos que ya empiezan a llegar a Torrero (por ejemplo). Aunque se sigue necesitando mucha paciencia.

Otro ejemplo de movilidad que merecen un suspenso son los taxis de Zarago-za. No todos. Aunque voy a hablar de hechos comprobables. El viernes 6 de junio llegó un AVE desde Madrid con parada en Zaragoza (formado por dos convoyes) que tenía su entrada a las 19.45 h. Debido a problemas técnicos (suponemos, porque no informaron de nada) los viajeros pisaron la estación de Delicias a las 21 horas, cansados y nerviosos, a la búsqueda de taxis. Más de 200 personas aproximadamente ordenados en fila cargados de maletas, mochilas, bebés y niños pequeños a la espera de taxis que no llegaban. De vez en cuando se dejaba caer uno por allí. No existían los taxis en Zaragoza, por más que los viajeros llamaran en los móviles a los números memorizados. Nada, silencio, comunicaban, o salía la maldita grabación. Mi hijo, su mujer y dos niñas de tres años formaban la fila estoicamente, alucinados, por la falta absoluta de servicio. A las 22.30 horas llegaban a casa sudorosos, las crías llorando, con hambre y sueño. Ante el plante de los taxis (no había huelga, igual había un partido de fútbol a esa hora y estaban en sus casas tan ricamente...) decidieron coger un bus en la estación (el 34, creo) que cruza toda la ciudad para llegar finalmente a la parada cerca de casa, donde bajaron. Incluso me contaron que tuvieron que esperar otro segundo bus en la estación, porque el primero cerró la puerta de entrada en las narices de un padre que llevaba a una niña en brazos. Intolerable este comportamiento en un transporte público. ¿Qué pasó ese día?, ¿por qué los taxis no acudieron a la estación? ¿Por qué un conductor de bus cierra la puerta en las narices a un viajero cargado con una niña pequeña en brazos? ¿Esta es la Zaragoza que queremos que brille?

Y como ejemplo positivo de ciudadanía y de buena educación voy a poner a Portugal, nuestro país hermano. Las autoridades portuguesas quieren acabar con el ruido de los teléfonos móviles en el transporte público. Ha decidido que a partir de ahora multarán a los pasajeros que provoquen ruido en sus conversaciones al móvil, y que puedan molestar a los demás; con multas entre 50 y 250 €, al considerarlo una infracción por falta de civismo. Esta medida se extiende a trenes, metros, y autobuses. Y como aviso a navegantes se emitirán avisos en las pantallas para que desconecten o usen auriculares. Los portugueses consideran que para muchos viajeros el silencio en el metro o autobuses (trenes también) es un placer del que no quieren prescindir. Sobre todo, en los largos recorridos en una gran ciudad, donde muchas veces ir al trabajo o volver al hogar se convierte en agotadoras horas perdidas.

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