Opinión | SALA DE MÁQUINAS

Sijena, ya

Ese Museo Nacional de Cataluña tiene mal puesto el nombre. En primer lugar, porque Cataluña nunca ha sido una nación; y en segundo -y principal- porque buena parte de sus fondos proceden de los expolios contra patrimonios ajenos, particularmente contra las iglesias aragonesas. 

Si ese museo, convertido en cueva de Alí Babá, ilegal depósito de tesoros ajenos, se llamase Museo Nacional de la Corona de Aragón, tendría un poco más de sentido. Ése que, de ninguna manera, han demostrado sus actuales curadores, comisarios y doctos miembros de un patronato que sí, en cambio, ha procedido, indecentemente, a «eliminar pistas» de las obras expuestas, orígenes de los retablos, procedencia de las pinturas exhibidas falsamente como pertenecientes a una Cataluña imperial y milenaria que nunca existió como tal, pero que los ideólogos del independentismo han tratado por todos los medios de crear -siempre con dinero público- a fin de cimentar su amenaza secesionista en un iluso pasado dinástico.

El Tribunal Supremo, por fortuna, ha condenado a estos fenicios a devolver las pinturas de Sijena al monasterio oscense del que jamás debieron ser arrancadas con dañinas técnicas. 

Hoy, casi cien años después, existen procedimientos mucho más fiables para trasladar pinturas al fresco, sin descartar que perfectamente pueden ser mañana mismo desubicadas del MNAC e instaladas en Sijena sobre los propios arcos y muros en que hoy se exhiben. Pero las instituciones catalanas han ideado un nuevo truco, consistente en declararse en «incapacidad técnica» para proceder a la devolución de traslado de los frescos, como ordena el fallo del Supremo. Según estos «expertos», hay que crear una «comisión técnica» para dirimir si es posible devolverlos a Aragón sin dañar las pinturas, adelantando ellos que no es posible. Aragón hará bien en enviar expertos que demuestren a la primera de cambio todo lo contrario y aceleren un proceso de devolución que los catalibanes del MNAC pretenden a todas luces dilatar, mientras su president Illa se coloca, como de costumbre, de perfil (reserva la posición frontal para cuando, poniendo la mano, haya que pedir).

Ojo a los trucos, a los plazos. Ojo a los informes, a quién los firma, cobra y paga. De fiarse, nada. 

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