Opinión | EDITORIAL
La catástrofe y la mirada técnica de la emergencia
No hay nada mejor que dejar hablar a los técnicos para que una emergencia como la que lleva ocho días sufriendo la zona afectada por la gran tormenta del pasado 13 de junio en Aragón se vea con otros ojos. Se trata de aportar una mirada experta de quienes no necesitan comparaciones artificiosas ni forzadas con la dana de Valencia para entender que la catástrofe natural, de la magnitud que sea, hoy se puede medir al milímetro para detectar causas y fijar prevenciones de cara al futuro. Son conscientes también de que esto de la «psicosis de la catástrofe» funciona, esa inercia que hace que cualquier incidente posterior a un episodio tan traumático como el que arrasó el sur de Valencia se tienda a asemejar o comparar. También que cada vez que llueve en aquella zona devastada de la Horta Sud levantina surge el miedo a que se repita la tragedia. Quizá por eso es imprescindible lanzar a la ciudadanía, especialmente los afectados, mensajes claros y argumentados de lo que realmente aconteció, los miles de millones de litros de agua que dejaron las lluvias torrenciales en pocas horas sobre un área muy concreta de la comarca Campo de Belchite y con precipitaciones que dejaron picos de hasta 180 litros por metro cuadrado en algunos puntos. Así se toma conciencia de la magnitud de lo que la naturaleza ha dictado y se dejan a un lado comparativas que poco o nada tienen que aportar.
La labor de los técnicos que han participado en el dispositivo de emergencias es siempre silenciosa, o como mínimo menos ruidosa que el bullicio político. Así, mientras ellos se afanan por aliviar y acompañar a los afectados otros se entretienen criticando si las alertas de la CHE y la Aemet fueron las adecuadas o si se avisó a tiempo a las poblaciones, cuando todos saben, o deberían saber, que el 112 registra y graba todas las llamadas que se realizan. Mientras los profesionales y los voluntarios retiraban el barro de las calles y edificaciones, otros se afanaban en señalar a quienes increparon al presidente Jorge Azcón en su visita a la zona afectada, el pasado lunes, para dejar caer que en realidad todo era una maniobra orquestada por el PSOE. Son, en definitiva, dos maneras de vivir la catástrofe que parecen obligadas a coexistir mientras los pueblos se lamen las heridas. Eso es lo que más les enfada.
Pero los técnicos trabajan por una cuestión de humanidad y saben también que la calma es un ingrediente indispensable de esa reconstrucción. Que los datos pondrán negro sobre blanco todo y, por ejemplo, como señala la CHE, ahora toca redefinir las zonas inundables de la cuenca del Aguas Vivas. Porque igual las que existían no se estaban respetando porque nunca pasaba nada. Y se había ocupado y construido en un terreno que le pertenece al río y que la naturaleza, más tarde o más temprano, acaba recuperando porque es suyo. Esa redefinición, ahora que se ha podido ver la magnitud del agua que es capaz de mover ese río, quizá obliga a tomar medidas con esas construcciones que hoy aparecen devastadas. Esa gran lección sí es comparable con Valencia y el dilema de qué hacer con las edificaciones que se levantaron donde nunca ha pasaba nada... hasta que ha ocurrido.
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