Opinión

Lecciones de la DANA en Aragón

Episodios como la tragedia de Valencia y la tormenta que asoló la comarca de Belchite demuestran que la coordinación, la comunicación y la transparencia son decisivas

Se han cumplido nueve días desde que una violenta e inesperada tormenta golpeara la comarca de Belchite, una de las que más padecen el fenómeno de la despoblación, con apenas 5.000 habitantes entre sus 15 municipios. Difícilmente olvidarán la noche del pasado 13 de junio, en la que se llegó a temer por las vidas de algunos de sus vecinos –hubo hasta dos desaparecidos durante algunas horas– mientras el agua arrasaba con buena parte de sus casas hasta dejar pérdidas que van mucho más allá de los 19 millones de euros del balance de daños. Sin embargo, aquella noche nada tiene que ver con la tarde del 29 de octubre de 2024, en la que el cielo descargó más de 700 litros por metro cuadrado en apenas ocho horas sobre la provincia de Valencia y algunos puntos de Castilla La Mancha y Andalucía . Aquel dramático día perdieron la vida 227 personas y hubo daños por valor de 17.000 millones de euros, según un estudio del Instituto Valenciano de Estudios Económicos (Ivie). Nada que ver con el episodio que asoló Azuara, Letux y Almonacid de la Cuba hace ahora nueve días, aunque en algún caso se ha querido extrapolar políticamente lo sucedido en uno y otro episodio. Afortunadamente, solo fueron conatos y el sentido común imperó.

Sea como fuere, ambos casos permiten extraer lecciones sobre la importancia de dar una respuesta rápida, adecuada y proporcionada a la realidad de un escenario imprevisto en el que cada minuto cuenta y donde la coordinación y la comunicación entre las instituciones, los ayuntamientos y los efectivos de Protección Civil puede salvar vidas. Porque este tipo de fenómenos, que serán cada vez más habituales, exigen conocimiento, capacidad de desempeño y diligencia, de ahí la necesidad de que haya profesionales competentes en los puestos de responsabilidad. 

La DANA de Valencia ya demostró que los máximos responsables de Protección Civil en Valencia fueron negligentes y que el Gobierno de Mazón fue culpable por omisión del deber. Nadie reaccionó como debió hacerlo en ese momento y, para más inri, la falta de transparencia agravó el delito. En el caso de las tormentas de la comarca de Belchite, la alerta se activó a las 15,31 horas, es decir, unas ocho horas antes de que el escenario cambiara dramáticamente por la riada. En esas 24 horas decisivas, se enviaron mensajes a alcaldes y presidente de la comarca, se habló con la CHE, los bomberos y se procedió al realojo de vecinos de las localidades afectadas. La cronología de la tormenta, cuyas primeras 24 horas reproduce hoy EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, refleja fielmente cómo se actuó durante esa primera jornada. 

La búsqueda de responsabilidades debe hacerse a posteriori como bálsamo reparador, para hacer justicia y evitar que se repitan los errores

La segunda lección que ofrece este tipo de catástrofes es que lo primero son los heridos y los afectados, así como ayudar a recobrar la normalidad lo antes posible (limpieza, suministro de luz y agua). No hay nada más importante que eso y destinar energías a otros cometidos suele ser estéril. El uso político de una catástrofe es, sin duda, vil. No me quiero imaginar el sentimiento de impotencia de los familiares de las víctimas de Valencia mientras veían como quiénes debieron haberles salvado se enfangaban en un lodazal dialéctico. Siempre hay tiempo a posteriori para exigir responsabilidades, algo que, no obstante, es fundamental como bálsamo reparador, para hacer justicia y evitar repetir los errores. No todo resulta sencillo en un escenario tan adverso, pero ponerse en el lugar de los afectados es clave.  

En el caso de Aragón, quizá el único pero que habría que poner es la demora en el despliegue de la UME en los municipios de Azuara, Letux y Almonacid. Haber activado dos días antes el nivel de alerta hubiera reparado las heridas mucho antes y hubiera dado consuelo a los afectados, porque, en definitiva, la UME está para situaciones de este tipo, si bien, afortunadamente, no hubo víctimas.  

Una semana después de la gran tormenta se puede hacer un análisis más reposado y reflexionar sobre lo inoportuno de enfangar una tragedia desde la perspectiva política. Culpar en este caso a la Aemet o a la CHE no es justo porque no se ajusta a la realidad, como tampoco lo es exigir la omnipresencia del presidente de Aragón. Pudo ir antes, sí, pero lo decisivo es tener equipo, responsables al mando y un equipo que sepa actuar de forma adecuada ante una catástrofe en la que, afortunadamente, no hubo víctimas. Nada comparable a la actuación de Mazón. El barro, por fortuna, ya no está en las calles de Azuara, Letux y Almonacid, pero sobra en la vida política.  

Tracking Pixel Contents