Opinión

Los ‘matrimonios lavanda’

Últimamente vuelve a escucharse una expresión que, hasta hace poco, se nos hubiera antojado anacrónica por el propio devenir de los tiempos (afortunadamente, ya que su origen está vinculado con la necesidad de mantener una doble vida, algo que, en pleno siglo XXI -y en países como el nuestro, no lo olvidemos- ha ido debilitándose salvo en entornos muy conservadores): los matrimonios lavanda. Este resurgimiento del término tiene lugar hoy con otra significación mucho menos dramática.

La etiqueta de lavender marriage, que surge a finales del siglo XIX asociada a un color -el lavanda- que se relacionaba con lo que hoy constituye el colectivo LGBTQ+, se consolida en la primera mitad del XX en el entorno de Hollywood como alusión a aquellos enlaces que se llevaban a cabo con el objetivo de ocultar la homosexualidad de uno de los contrayentes. Se trataba, por tanto, de una estrategia de protección (personal en cuanto a la reputación, pero también profesional; tal como recordaba recientemente BajaNews, «algunos estudios cinematográficos como Metro-Goldwyn-Mayer imponían cláusulas de moralidad que obligaban a actores homosexuales, como Rock Hudson o William Haines, a casarse con mujeres y mantener una fachada heterosexual»). Lo importante era, por supuesto, evitar el escándalo y garantizar el éxito comercial de las películas.

Aunque tristísima, es entendible la necesidad de semejantes tapaderas en una época donde la homosexualidad estaba en muchos países no solo mal vista, sino incluso penada, considerada delictiva. Recordemos el vergonzoso hecho de que, en España, en el año 1954 se modifica la Ley de Vagos y Maleantes para incluir a los homosexuales como «sujetos peligrosos», y no se despenalizó la conducta homosexual hasta 1978. En contextos como este, ¿cómo no recurrir a matrimonios de conveniencia? Se trata de una cuestión de pura supervivencia. Quizá, si el matemático Alan Turing, descifrador de los códigos de Enigma que salvó millones de vidas durante la II Guerra Mundial y procesado por homosexual, hubiese empleado esa estrategia, habría esquivado mejor esa persecución en su propia tierra que le llevó al suicidio.    

Lo que sorprende es que, en pleno 2025, la Generación Z haya recuperado la etiqueta matrimonio lavanda y, de algún modo, la haya hecho suya atribuyéndole, eso sí, otra significación que nada tiene que ver con ocultar una identidad: se trata, tal como recoge BajaNews en su artículo, de «una alternativa a las relaciones románticas tradicionales. Jóvenes de todo el mundo están optando por estos matrimonios basados en la amistad, el apoyo emocional y la estabilidad económica, sin involucrar necesariamente atracción sexual o amor romántico». En algunas redes sociales ya encontramos, bajo el hashtag #lavendermarriage, publicaciones donde la gente comparte sus experiencias en esta línea. Se trata de un fenómeno real, de dimensiones inciertas y potencial de expansión aún más misterioso, cuya repercusión a medio y largo plazo está todavía por estudiar.

¿Y cuáles son los motivos que se aducen para justificar esta tendencia? Según las declaraciones de la psicóloga clínica Ángela Boitano para The Clinic, no se trata tanto del cansancio y frustración frente a una búsqueda infructuosa de pareja o tras experiencias fracasadas (provocadas, se me ocurre, por la idealización tóxica que generan las redes sociales), sino de un cúmulo de circunstancias entre las que cabe destacar la dificultad sin precedentes a la que se enfrentan los jóvenes para su emancipación individual de la casa familiar.

Tal como dice ella, «es posible que la vida cotidiana se haga más llevadera en compañía de otra persona», y no solo en el aspecto económico. Los matrimonios lavanda supondrían en tal caso una opción que resuelve la dificultad actual de vivir de forma autónoma por primera vez, pero con un nivel de compromiso mucho menos exigente que el tradicional. Da la impresión de que el formato romántico clásico ya no encaja de forma unánime en las nuevas generaciones. Boitano, en esa línea, añade como un factor que se suma a lo anterior que «hoy se busca un tipo de afecto menos comprometido y la vida sexual suele implicar cierta exclusividad».

A lo mejor estamos asistiendo realmente a un cambio de paradigma en el concepto de «pareja». Lo que intuyo, ya me adelanto a los agoreros, es que esta nueva corriente no ayudará a mejorar los índices de natalidad. 

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