Opinión | TEJIENDO PALABRAS
Estrellas amarillas
Hace varios meses que leí Estrellas amarillas, una autobiografía de la filósofa Edith Stein (1891-1942). Mi interés por esta mujer surgió hace unos cuantos años, estando yo enfrascado en la lectura de un texto de Javier San Martín Salas titulado Teoría de la cultura, donde se aborda la cultura desde la fenomenología, una corriente filosófica fundada por Edmund Husserl (1859-1938). Me llevé una agradable sorpresa cuando comprobé que entre sus primeros seguidores había una discípula perteneciente a una familia judía en la Alemania de aquellos tiempos, que se introdujo en la corriente fenomenológica llegando a ser la primera mujer en Alemania que se doctoró en Filosofía, con una tesis titulada El problema de la empatía. Merece la pena conocer la vida de esta filósofa y, para quien se aventure, leer algunas de sus obras que ofrecen una vertiente que tiende a expresar el ser del hombre desde lo psicofísico y lo espiritual, sustentado en una antropología filosófica personalista.
Su infancia y adolescencia estuvo marcada por la muerte de su padre, cuando ella contaba tres años de edad, y por la fuerza de su madre que supo llevar adelante el negocio de su marido, una empresa de aserrería. De los diez hijos que tuvo el matrimonio, solo seis lograron vivir, los cuatro restantes murieron muy pronto. La educación de sus hijos y el negocio familiar fue para su madre el sentido de su vida, dedicándose a ello con una entrega absoluta. Edith Stein, la más pequeña de la familia, encarna en su persona a un tipo de mujer avanzada para su época, de una gran talla intelectual y humana, con un sentido sociopolítico acorde con los movimientos sociales de su tiempo. Fue una defensora de los derechos de las mujeres y se implicó políticamente en favor de la justicia social. Su condición de judía y de mujer le hizo ser una activista intelectual que todo lo sometía a la reflexión propia y al contraste del criterio de muchos de sus colegas y amigos en el ámbito del pensamiento filosófico y ético.
En su infancia, en Breslau, no mostró mucho entusiasmo por la religión, aunque su madre, a la que estaba muy unida, era una buena practicante del judaísmo. Cuando ya comenzaba su primera juventud, abandona la fe y se declara atea. Sin embargo, en su proceso social e intelectual en el ámbito universitario le nació una especial búsqueda intelectual y espiritual. Como profesora y asistente del doctor Husserl tuvo que emplearse a fondo para sobrellevar el desprecio manifiesto que el régimen nacional socialista practicaba con las mujeres y con los judíos.
Su conversión al catolicismo fue un proceso de búsqueda personal, se introdujo en el estudio de la filosofía cristiana a través de autores como Ignacio de Loyola, Kierkegaard o Agustín de Hipona. Pero su gran descubrimiento fue la autobiografía de Teresa de Jesús, fue tal el impacto recibido que a partir de entonces decidió profundizar en la fe cristiana. Por aquella época, algunos intelectuales inmersos en la fenomenología, también se convirtieron al cristianismo. Conforme avanzaba la ideología de Hitler y la sociedad alemana se hacía más proclive al régimen, más problemas tenían los judíos para vivir. A Edith Stein se le prohibió su actividad docente, pero nunca dejó de estudiar y buscar la verdad en el estudio de la Filosofía y Teología, dejando escritas una serie de obras de gran importancia filosófica y cristiana. Con su conversión comenzó una vida más intensa y comprometida, recibiendo su vocación al Carmelo y postulando como monja carmelita con el nombre de Teresa Benedicta de la Cruz. Detenida por la Gestapo, fue deportada el 2 de agosto de 1942 e internada en el campo de exterminio nazi de Auschwitz, donde murió en la cámara de gas, el 9 de agosto del mismo año.
Creo que la vida y obra de esta mujer merece ser conocida. Estamos ante la figura de una gran filósofa que aporta a nuestro mundo un sentido clarificador y sistemático de la fenomenología; ofrece una visión integral del ser humano uniendo lo psíquico y lo espiritual; aborda el concepto de empatía como acceso al otro, como un acto cognitivo y afectivo para comprender a los demás. Con su vida y con sus obras defendió la dignidad de la mujer y supo ser coherente con su pensamiento y su búsqueda de la verdad. En definitiva, fue una pensadora cuyo talante intelectual y humano es una fuente de inspiración en ámbitos como la filosofía y la antropología, los derechos sociales y de la mujer, el martirio como un darse y la religión como una opción espiritual que nos humaniza. Fue proclamada copatrona de Europa en 1999 por Juan Pablo II.
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