Opinión | SALA DE MÁQUINAS

Filosofía de rebaño

El debate interno en los grandes partidos ha muerto.

Asistimos estos días a la ceremonia socialista de sostén al líder, a quien nadie, que sepamos, ninguno de sus correligionarios, cargos o compañeros de federaciones o comités ha pedido la más mínima explicación acerca de las razones por las que nombró a sus dos últimos secretarios de Organización. Dos tipos de cuidado, rodeados, como ha dicho con palabras gruesas Alfonso Guerra, de «macarras y prostitutas». Escoria que además de las siglas, enfangará los juzgados y la opinión pública, pero que habría sido fácilmente barrida de haberse practicado elementales cautelas. No se debieron instruir, o bien se ignoraron, y de ahí la penosa situación del partido. Donde el debate interno, el pensamiento crítico y la alternativa brillan por su ausencia. Una filosofía de rebaño – «la ganadería», según Ábalos– se impone como un grisáceo bloque de obediencia debida. Los únicos que discrepan abiertamente de Sánchez son Page y Lambán, pero sin que su oposición se materialice.

Asimismo en el otro lado, el del PP, el férreo control de su dirección elimina cualquier disidencia.

El caso más claro –pero muy, muy oscuro– es el del todavía –¿cómo es posible?– presidente valenciano Carlos Mazón. Con la decencia y la razón en la mano, este político marrullero y menor, auténtico chisgarabís de la cosa pública, debería haber dejado hace tiempo de representar a los valencianos, pero ahí sigue, «trabajando», dice, sin sentir el menor empacho por su ausencia en el día D de la riada y sin explicar dónde estaba. La única que disiente de Feijóo (no sé si de Mazón) es Isabel Díaz Ayuso, pero sin que sus posiciones se traduzcan en un cambio de la dinámica interna.

Es por ello que cualquier independiente, profesional, preocupado por el destino de su país, se lo piensa dos veces antes de llamar a la puerta de uno de estos supuestos foros de debate político y acción institucional. Lo que le espera dentro no es, contra lo que le gustaría pensar a tan santo inocente, el placer de la discusión de las ideas, sino el silencio de los corderos. Y, para estar callado, mejor en casa.

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