Opinión | EL ÁNGULO
La política insurgente
Ya no es solo una reacción. Es una nueva forma de entender lo que importa, y si los partidos tradicionales no lo comprenden, otros lo harán
Algo se está moviendo en el electorado occidental. Las viejas certezas políticas tiemblan y se consolidan nuevas prioridades en el mapa ideológico. La victoria de Mamdani en las primarias demócratas de Nueva York o el peso del alcalde de Budapest en una Hungría controlada por Orbán no son fenómenos locales, es un síntoma de una transformación más profunda. La política insurgente ha llegado para quedarse.
Un discurso centrado en el coste de la vida unido al tradicional de la defensa de sociedades abiertas. En una ciudad, más del 80% de los españoles viven en ellas, vivir es casi prohibitivo, y las propuestas de controlar alquileres, ofrecer transporte público gratuito y crear supermercados municipales de la candidatura demócrata en Nueva York han sido bien recibidas. Trump, desde el otro extremo también supo leer el malestar y la recuperación de empleos industriales en territorios olvidados del interior fue también una respuesta, distinta, pero paralela al mismo problema, la desconexión entre la política tradicional y las necesidades reales de la gente.
Este cambio de foco, de los grandes relatos ideológicos de los movimientos de la indignación como Podemos o los identitarios de Vox a los problemas materiales cotidianos marcará esta nueva etapa. La revolución de lo cotidiano, porque si la izquierda hablaba de las prestaciones mínimas, de la diversidad y de los derechos sociales y cívicos, sin renunciar a esos valores debe poner el acento en lo que más duele: los precios. Es la conexión dañada con un electorado que ya no se identifica con las promesas identitarias, sino con soluciones tangibles.
No es solo una cuestión de nombres nuevos, de reconfiguración de siglas, de eso a la izquierda del PSOE saben mucho, es una reconfiguración de prioridades. El eje ya no es solo izquierda-derecha, sino centro-periferia, élite-ciudadano, estabilidad-cambio. Y ante este nuevo escenario, los votantes prefieren a quienes se atreven a romper con los dogmas.
Los jóvenes y las clases trabajadora y media exigen más: políticas que incidan directamente en su calidad de vida y que no les expulsen del centro del sistema. Ya no basta con hablar de crecimiento, ni de identidad, sino de cómo se vive, de cuánto cuesta vivir, y de qué puede hacer la política para mejorar eso. El miedo a ver cómo su capacidad de movilidad social se ha estancado en el mejor de los casos o ha retrocedido con respecto a sus padres demanda respuestas a los progresistas.
La política insurgente no es solo una reacción. Es una nueva forma de entender lo que importa, y si los partidos tradicionales no lo comprenden, otros lo harán.
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