Opinión | El trasluz
Horas amables
¿Se puede averiar el tiempo como se averían el frigorífico o el lavavajillas? ¿Cómo es de largo (o de corto) el último minuto de un condenado a muerte?

Una mujer mira el reloj en la oficina.
A veces, para que se acelere el tiempo, nos aceleramos nosotros. Pero cuanto más nos aceleramos nosotros, más lentos discurren los minutos: se estancan, se detienen y nos obligan a comprobar continuamente si el reloj se ha estropeado o si se ha estropeado el tiempo, porque una de las cosas no va bien. ¿Se puede averiar el tiempo como se averían el frigorífico o el lavavajillas? ¿Cómo es de largo (o de corto) el último minuto de un condenado a muerte? La relación con el tiempo se parece un poco a la que mantenemos con los cigarrillos: se consumen en un segundo cuando deseas que duren y alargan su vida cuando necesitas que se acaben enseguida. Ahora mismo estoy fumándome uno. El primero en seis meses. Cae la tarde. Todo el día he pensado en este instante en el que la llama del mechero tocaría la primera hebra del tabaco. Todo el día ha girado en torno a este acontecimiento con el que inauguro el verano, mi verano. Con la primera calada se ha consumido un diez o un quince por ciento del total. No me va a durar nada. No disfruto de él pensando en su acabamiento. Me dan ganas de apagarlo y de encender otro para comenzar el rito con menos carga de ansiedad. Tampoco el gin tonic con el que he decidido acompañarlo va a durar. Ya veo el momento de la colilla y del vaso vacío, intuyo mi abatimiento, semejante al del adolescente que se acaba de masturbar para que todo cambiara sin que nada haya cambiado. El abatimiento post mortem, podríamos decir. ¿Se deprimen los muertos tras el esfuerzo venéreo de la vida? El delirio y la depresión caminan juntos con frecuencia. Así atravesamos las horas mientras la Tierra gira sobre su eje. Acabo de leer que, debido al deshielo de los polos, el movimiento de rotación se acelera y nosotros, lógicamente, con él. El día se agota ahora antes, igual que los cigarrillos muy deseados. Pero son tantos los días indeseados que casi agradece uno el deshielo. La noche, en verano, tarda demasiado en llegar, al menos para quienes nos acostamos temprano. Da un poco de vergüenza meterse en la cama a la luz del día como empieza a dar vergüenza fumar y beber en público. Los ansiolíticos no aceleran las horas, pero las hacen más amables.
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