Opinión
Fin de curso, ¿y ahora qué hacemos?
Suena el último timbre. Las aulas se vacían, los pasillos recuperan un silencio que solo el verano puede traer, y en las mochilas de miles de niños y niñas no solo hay cuadernos olvidados y camisetas con pintura seca: hay una pregunta que resuena en muchas casas, con más o menos urgencia, con más o menos vértigo: ¿Y ahora qué hacemos?
Cuando acaba el curso escolar, no solo concluyen las clases: termina una rutina, un orden, un engranaje perfectamente ajustado que mantenía a las familias –y al sistema– en movimiento. Y de pronto, tres palabras que para los adultos suenan a rompecabezas logístico, para los niños deberían sonar a promesa: vacaciones de verano. Pero ¿lo son realmente?
Hoy en día, hasta el descanso se programa. La lógica del rendimiento no da tregua ni en julio. A los cinco minutos de cerrar los libros, comienza la danza de actividades: intensivos de inglés, campus de robótica, cursos de repaso, natación, campamentos multideportivos. Como si el tiempo libre fuese un enemigo que hubiera que domesticar.
Convertimos el verano en una agenda alternativa, tan apretada como la del invierno. A veces lo hacemos por necesidad real: las familias necesitan espacios seguros donde sus hijos e hijas estén atendidos mientras trabajan, y no pretendo entrar en el tema de la conciliación, que nos daría para mucho. Pero otras veces, lo hacemos por una especie de pánico al vacío, por miedo a que el niño o la niña «pierda el ritmo», «no aproveche el tiempo», «se aburra demasiado». Y, sin embargo, el aburrimiento –ese gran temido– es, quizás, uno de los territorios más fértiles para el desarrollo personal.
Aburrirse es detenerse. Es mirar por la ventana sin propósito. Es poner a la imaginación en marcha porque no hay nada prefijado que hacer. Es aprender a tolerar la frustración de no tener un estímulo constante. Es, incluso, descubrir qué nos interesa realmente cuando nadie nos lo impone. Recuerdo que, de pequeño, al llegar el verano, comenzaba a valorar muchas de las cosas que tenía cercanas durante todo el año, pero que por «h» o por «b» no les había podido prestar atención.
Cosas sencillas como el jugar con el barro, observar las hormigas, recoger moras de los zarzales de al lado de la acequia, y muchas otras cosas que me podía explorar gracias al aburrimiento y a ese tiempo lento que marcan las vacaciones escolares. La infancia necesita también tiempo lento, tiempo desestructurado, tiempo no evaluable. Necesita tardes sin horario, días sin objetivos, mañanas que empiecen con un «¿y si...?». Necesita más conversaciones en la cocina y menos carreras a la siguiente extraescolar. Más cabañas en el salón y menos lecciones anticipadas sobre el futuro.
Porque el aprendizaje, no ocurre solo en las aulas ni en las plataformas digitales. Ocurre también cuando un niño se enfrenta a su propia creatividad sin un plan que seguir, cuando se inventa un juego con piedras y ramas, cuando cuida de su hermana pequeña sin que nadie se lo pida. Ocurre en los huecos del tiempo, en los márgenes de lo estructurado, en ese lugar donde no hay presión, pero sí curiosidad.
Las investigaciones lo explican con claridad: el cerebro necesita tiempo para integrar lo aprendido, y también necesita tiempo para no hacer nada. El «tiempo muerto» no es una pérdida, sino una inversión en salud mental, en bienestar emocional y en autorregulación.
Por eso, cuando pensamos qué hacer ahora que ha terminado el curso, tal vez la respuesta no deba estar en la siguiente matrícula o en la siguiente lista de tareas. Tal vez la pregunta debamos reformularla: ¿Qué necesita nuestra infancia en verano? ¿Un calendario lleno o un refugio de calma? ¿Más contenidos o más conexión?
A veces, lo más revolucionario que podemos hacer como familias, como educadores, como sociedad, es simplemente parar. Y permitirles parar también a ellos.
Parar para mirar las nubes.
Parar para reencontrarse.
Parar para aburrirse un rato.
Porque quizás, ahora mismo, ni la infancia ni nosotros necesitamos más velocidad, sino más pausas. Más espacios para ser, sin tener que hacer todo el tiempo. Y ese, quizá, sea el mayor aprendizaje que podamos regalarles este verano.
Suscríbete para seguir leyendo
- Boris Antón se despide del Santa Coloma para incorporarse al Real Zaragoza
- El bonito nombre de niña con 'z' que solo puedes escuchar en Aragón
- La bebida que hidrata más que el agua y que debes tomar en verano para calmar la sed
- Encuentran el cuerpo de una mujer en el Canal Imperial en Zaragoza
- El cadáver hallado en el Canal Imperial en Zaragoza es el de la desaparecida Genying Qiu
- Las historias detrás del drama de la vivienda: 'No puedo dormir. Ya no tengo ganas de nada
- Paralizado el desahucio de Samanta en Zaragoza: 'Mi hija se ha echado a llorar. Está muy contenta
- Rosa se despide de Pasapalabra y confiesa lo que todos esperaban: 'Me voy enamorada