Opinión | Libertad y respeto

¿Y si el ciudadano elige igual?

En España convivimos cerca de cuarenta y ocho millones de ciudadanos, y puedo asegurar que nadie ejerce de portavoz de todos ellos. Ninguno de nosotros puede -ni debe- arrogarse la representación de todos. Sin embargo, no son pocos los que insisten en otorgarse ese papel. Sería prudente que renunciaran a ello y, ante todo, se empezasen a considerar la oportunidad de hablar en nombre de ellos mismos. De esta forma, los demás empezaríamos a entender qué piensan ellos. Afortunadamente, seguimos viviendo en una democracia que garantiza la libertad de todas las personas, cuando estas la quieren ejercer, y que otros no lo hagan por ellas. Así que es preciso que nosotros, los ciudadanos, seamos capaces de entenderla y gestionarla de acuerdo con nuestro pensamiento y nuestras propias ideas.

El poder fundamental, por encima de todos los demás, es lo que conocemos como la soberanía popular. Y es precisamente ahí donde aparece el conflicto de intereses, pues eso de que todos tengan voz no es lo que agrada a ciertos elementos marginales -en adelante llamaremos «poder no electo»-. Pero si no somos capaces de defender lo que nos pertenece -la capacidad de decidir en total libertad-, otros habrá que se adueñarán de nuestra voluntad para ejercerla como suya, lo que significa que quedaremos supeditados a ellos como serviles.

Conviene reflexionar sobre este riesgo: cómo el derecho y la libertad pueden transformarse en una escenificación manipulada por el «poder no electo» con intereses propios, al margen de los generales. Pero entremos en materia tomando un ejemplo muy unido a la realidad del momento.

La representación se inicia con la celebración de unas elecciones generales, y el resultado de estas, de acuerdo con la Constitución, conlleva la creación de un poder ejecutivo que, a esos determinados «poder no electo», no les parece que sea el adecuado y necesario para ellos y sus intereses. Por supuesto, el líder de todos estos «poder no electo» es el poder económico, que ejerce su función desde la sombra. A partir de aquí, ponen en movimiento a sus adláteres: oposición política; medios de comunicación -los suyos y a su servicio, por supuesto-; aquella parte de la judicatura que convive en comodidad con el líder; la Iglesia católica, que siempre ha hecho su papel de mantener paralizados los pensamientos del pueblo, y algunos otros peones que se identifican en la modernidad de las redes sociales. Pues bien, con toda esa maquinaria, lanzan las críticas más beligerantes contra el poder ejecutivo.

Ahora vayamos al desenlace y veamos, como resultado de esto consiste en conseguir que se convoquen unas nuevas elecciones. Y es aquí donde se produce el gran interrogante: si los ciudadanos electores deciden que todo continúe como está -es decir, la misma representación popular, más o menos, y, por tanto, el mismo poder ejecutivo-, ¿se va a respetar la decisión de la soberanía popular o se volverá al sistema de menoscabar la democrática voluntad ciudadana hasta que, en otras elecciones, el resultado se identifique con el «poder no electo» enunciado?

Ya les pronostico que el respeto es un concepto que, unido a la libertad del individuo y envuelto en una verdadera democracia, no existe para ellos. Les gusta jugar a la ficción de ser lo que no son y siempre de acuerdo con sus propias reglas.

En definitiva, estamos ante un modelo de sociedad en el que los ciudadanos son miembros necesarios para la parodia que este «poder no electo» necesita, para que su voluntad sea lo único que impere a la hora de que sus intereses sean lo importante.

Una vez más, me reitero en que la única solución para evitar que los ciudadanos seamos marionetas en manos de este «poder no electo» es que la cultura social se impregne en la mentalidad de todas las personas, incluidos ellos. Que esto nos identifique como individuos con capacidad de ejercer libremente cómo deseamos que sea nuestro modelo de convivencia, sin más condición que el respeto por los demás sea el camino de nuestras vidas. Y si el «poder no electo» desea ser el poder ejecutivo democrático real, no tiene que hacer otra cosa que mostrarnos el modelo de convivencia que desea imponer y quizás convenzan a un número suficiente para representar de verdad a la soberanía popular.

El final de este artículo volverá a ser el recuerdo reivindicatorio por un pueblo masacrado, asesinado -el palestino- por otro -el de Israel-, que permite a sus dirigentes y ejército que sean unos genocidas y que, además, lo hagan sin la repulsa de nuestros países. Reivindico un movimiento internacional a favor de Palestina, que es tan nación como la nuestra. Y, como tal, merece justicia y dignidad. 

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