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Zaragoza

La política de Nolasco como vómito

El diputado de Vox Alejandro Nolasco entra al hemiciclo, en una imagen de archivo.

El diputado de Vox Alejandro Nolasco entra al hemiciclo, en una imagen de archivo. / MIGUEL ÁNGEL GRACIA

Hay políticos que se presentan como adalides de la regeneración democrática y acaban siendo simples fabricantes de odio. Alejandro Nolasco, diputado de Vox en las Cortes de Aragón, se ha especializado en usar el insulto como arma política, no para confrontar ideas, sino para dinamitar el respeto. Su retórica, plagada de desprecios, no solo ensucia el debate público, sino que degrada la institución que representa.

En apenas dos años, Nolasco ha dejado un rastro preocupante de descalificaciones personales, ataques xenófobos y salidas de tono incompatibles con una democracia madura. A los sindicatos los llamó esta semana «comegambas», y al portavoz de Podemos, Andoni Corrales, le espetó que «no tiene nivel para esta cámara» y que «no tendría que estar», tachándolo de «muy flojito» y de carecer de «nivel moral político». 

No contento con el insulto en las Cortes, hace poco se refirió al colectivo Indar Gorri como «basura humana que vive revolcada en la pocilga del odio», pidiendo para ellos cárcel por enaltecimiento del terrorismo. Su obsesión con el «enemigo interno» raya lo patológico.

Tampoco ha tenido reparos en arremeter contra líderes internacionales. Nolasco llamó «absoluta analfabeta» e «ignorante» a la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, y calificaba a las civilizaciones prehispánicas de «tribus horripilantes» y «siempre en el lado malo de la historia». Una visión colonial y profundamente racista que avergonzaría incluso a algún reaccionario con principios.

Pero su mayor fijación es Sánchez, al que ha llamado repetidamente «psicópata de la Moncloa» y «tirano». Nolasco no debate, embiste.

Su deriva le llevó a decir, refiriéndose a los menores extranjeros no acompañados, que «algunos acabarán cortándonos el cuello». Una frase de un peligroso calado xenófobo que provocó la repulsa de todos los grupos, aunque el PP guardó un silencio cómplice.

La lista continúa: Aragón podría ser, según él, «el almacén de canallas, islamistas radicales y delincuentes». A los inmigrantes, les atribuye sin pruebas prácticas de segregación en mezquitas. A la izquierda, la tilda de «trapacera y mendaz». Incluso llegó a decir que las ayudas a Teruel eran un «escupitajo en la cara de Aragón» si se comparaban con el cupo catalán.

Nolasco no es un político polémico: es un agitador. Su lenguaje es veneno. Y quienes lo consienten son cómplices de la degradación del respeto democrático. La política necesita voces firmes. Pero no exabruptos. No basura dialéctica. Y no gente que haga del odio su única herramienta.

Es hora de exigir que en las instituciones no haya quien las convierta en cloacas. Y Nolasco, con cada frase que escupe, se empeña en rebajarlas un peldaño más.  

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