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Opinión | la guindilla

Pobre del pobre que es pobre

Reducir la pobreza severa, esa que conlleva graves carencias materiales, debería ser un reto de primer orden

Si La Guindilla tuviera un asesor de marketing, con toda seguridad me habría desaconsejado escribir sobre pobreza en pleno mes de julio. De pobreza se habla en diciembre, en fechas previas a Navidad, cuando la gente está más sensible y receptiva hacia la pobreza, cuando, quien más quien menos, siente la necesidad de hacer algo por los pobres: dar donaciones a ONGs, donar alimentos, ropa o juguetes, ofrecerse como voluntario para esas recogidas, promover o participar en iniciativas benéficas (festivales, rastrillos...), o ofrecerse como voluntario en algún servicio a los pobres.

Eso es en diciembre. En abril, en julio o en agosto no es lo mismo. No estamos igual de sensibilizados y predispuestos a participar en iniciativas como esas, ni siquiera a hablar de pobreza. Soy consciente que no es el mejor momento para ello. Sin embargo, los pobres son pobres todo el año. Y todo el año sufren las consecuencias de la pobreza.

Hay pobreza relativa y pobreza severa. La pobreza relativa refleja más bien situaciones de desigualdad, ya que consideran como tales a quienes están por debajo del 60% de la mediana de la renta del conjunto del Estado o en determinado territorio; en este caso se podría decir, como en el Evangelio, que "pobres siempre los tendremos entre nosotros". Serán pobres en comparación con el resto de la sociedad, aunque tendrán un nivel de vida que, en otras sociedades menos ricas, no serían considerados pobres.

La verdadera pobreza es la pobreza severa, quienes tienen ingresos económicos tan escasos que no les permiten atender las necesidades más básicas, que les aboca a sufrir graves carencias materiales. Nos gusta categorizar la pobreza a partir de algunas de estas carencias o de quienes la sufren, y así hablamos de pobreza energética, insuficiencia alimentaria, pobreza infantil... Pobreza, en definitiva, con sus diversas manifestaciones.

Por hacernos una idea, en Aragón hay, aproximadamente, 200.000 personas en situación de pobreza relativa, la mitad de las cuales, unas 100.000, el 7,1% de la población según estadísticas oficiales, sufren graves carencias materiales, por ejemplo, no pueden comer carne, pollo o pescado al menos dos veces por semana, no pueden tener la casa a una temperatura adecuada (piensen cómo lo estarán pasando estos días de extremo calor), no tienen capacidad para afrontar gastos imprevistos, no pueden permitirse tener al menos dos pares de zapatos en buen estado… Pero también están quienes no se pueden permitir ni siquiera una semana de vacaciones al año fuera de casa, o quien no puede reunirse con amigos o familiares para tomar algo, al menos una vez al mes.

Quiero destacar estos indicadores porque al pensar en los pobres es más fácil imaginar sus carencias materiales, pero estas otras carencias limitan de manera grave sus posibilidades de relación y participación social, sus oportunidades de vivir y convivir. Además, en una sociedad como la nuestra, resultan especialmente humillantes viendo cómo, lo que para la mayoría es algo habitual, para ellos y ellas es un lujo o, simplemente, algo prohibitivo.

Las iniciativas particulares para paliar puntualmente algunas necesidades de las personas pobres son encomiables, pero no son la solución. Tampoco se puede esperar que sean los servicios sociales quienes, con sus ayudas puntuales, puedan resolver las situaciones de pobreza severa, aunque tienen un papel importante para llevar a cabo procesos de inclusión social para que algunas personas y familias puedan superar circunstancias que limitan su acceso a las oportunidades de empleo o el uso de los recursos institucionales.

Para superar la pobreza hacen falta políticas públicas que favorezcan la creación de empleo y salarios dignos (cientos de miles de personas trabajadoras viven situaciones de pobreza severa). Pensiones que permitan, a quienes no pueden trabajar por edad o discapacidad, vivir con dignidad. Y subsidios, como el Ingreso Mínimo Vital, aunque su escasa cuantía y algunos de sus requisitos han hecho que sus efectos queden muy lejos de lo esperado.

Reducir la pobreza severa, esa que conlleva graves carencias materiales, debería ser un reto de primer orden en nuestra sociedad. El porcentaje de personas que viven en estas situaciones debería ser un indicador tan importante como la tasa de paro, el IPC o el PIB. No se trata de compasión, se trata de un reparto justo de los bienes y servicios, de que nadie carezca de lo más básico, y de cohesión social. En definitiva, la pobreza es una cuestión de todos y todas, una cuestión de interés general. No sólo en Navidad.

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