Opinión | Firma invitada
Sobre plusvalías, usuras y simulacros
Decía un clásico que el valor de las mercancías es igual al trabajo socialmente necesario para producirlas. Sin embargo, como dicho trabajo tiene infinidad de ramificaciones e igualmente incluye su propia conservación, cada mercancía contiene, en último término, una porción del conjunto de la vida colectiva. O sea, que consumimos la especie que somos y que con dicho consumo no cesamos de (re)crear.
Si prestamos atención a los medios de comunicación de masas, desde los programas de cotilleo u opinión hasta el abanico de juegos y concursos pasando por los propios informativos, cada vez más atentos a las anécdotas de la vida cotidiana o informal, el espectáculo que se le ofrece a las gentes para que lo consuman no son sino ellas mismas produciendo su propia vida colectiva. Aunque lo justo sería retribuir a los creadores de tan valiosa materia prima, los propietarios del negocio prefieren enlatarla, vendérnosla y enriquecerse. De este modo lo simulado sustituye a la realidad.
Lo mismo sucede con las películas, los libros, las músicas y, en general, las artes. En efecto, la calidad estética o espiritual e incluso el éxito de las obras dependen, en gran medida, de lo bien que reflejen los sueños, la imaginación y las habilidades con los que se crearon y que forman parte de la vida colectiva. Los usureros y simuladores que se aprovechan de dicha vida, en este caso se reparten por la cadena de negocio que va desde la propia creación hasta la exposición o venta de las obras.
También la ciencia produce resultados que forman parte de la sociedad que los acoge. Por un lado, provienen de extensas redes de colaboración entre actores que dichos resultados ayudan a reproducir. Por otro lado, los valores, ideas y creencias que cada avance científico incluye provienen de la cultura en la que habitan las gentes y que la propia ciencia contribuye a alimentar. En este caso, los extractores de plusvalía y los creadores de simulacros forman parte de una extensa red que incluye a los científicos, las asociaciones, las editoriales, los divulgadores, las empresas y los propios Estados.
En la actualidad, una insaciable codicia y vanidad lleva a que se detraiga del circuito de valor más cantidad de riqueza colectiva y a que la simulación se extienda e intensifique. En efecto, los datos que, con permiso o sin él, cedemos en cada acto de consumo o uso de cualquier cosa van a parar a mercados donde se venden pronósticos de las conductas humanas, un producto que mejora y aumenta el mercadeo general. Por otro lado, la IA se dedica a aprender de nosotros, sus teóricos usuarios, y a esconder los resultados de dicho aprendizaje para que sus dueños lo ofrezcan al mejor postor. En estos casos apenas hay devolución de nada a cambio, como no sean unas pocas migajas de algo que ni siquiera alcanza a ser realmente conocimiento.
Pero no se alarmen. Esto y lo anterior apenas tiene que ver con el 5% de lo social.
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