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Opinión | EDITORIAL

El bosque como prioridad política

La gestión de los bosques es una cuestión de primer orden, no solo en lo que se refiere a la lucha contra los incendios y a favor de la biodiversidad en un entorno de cambio climático, sino que también forma parte de una estrategia global de reflexión sobre cómo actuar en el territorio, teniendo en cuenta un esencial equilibrio entre el uso y beneficio de la masa forestal, los factores económicos implícitos y la salvaguarda del ecosistema natural. No existe una solución única y mágica para una problemática con muchos frentes, pero es preciso incidir en una gestión racional. Aragón tiene más de 2,6 millones de hectáreas de superficie forestal, casi un 55% del total, de las cuales 1,5 millones pertenecen a tierra arbolada. En este sentido, el abandono del mundo rural en las últimas décadas y las dificultades para que el bosque sea una fuente de riqueza y de ingresos (desde la burocracia a la poca rentabilidad por el valor escaso de la madera), ha derivado en una especie de recolonización del bosque de forma espontánea, lo que ha producido una continuidad del mismo en detrimento de lo que los expertos llaman mosaico agroforestal, que combina arboledas, matorrales y campos.

La opinión más generalizada defiende la alternancia de masas boscosas con cultivos de baja intensidad y áreas de pasto, con la estrategia de disponer de paisajes más fragmentados, que dificulten el avance del fuego. La solución más plausible plantea recuperar el medio rural y aprovechar con más criterio las áreas forestales, la agricultura y la ganadería, y establecer cinturones verdes y franjas de protección con baja carga combustible, es decir, menos masa arbolada en los entornos habitados. En la comunidad de Aragón, durante los dos primeros años de la actual legislatura, el Plan de Reforestación ha ejecutado trabajos en 1.257,38 hectáreas, el 63% del objetivo total hasta 2027. En el último año se han plantado 206.000 árboles y se han preparado 662.000 hoyos.

Una de las prioridades europeas es preservar espacios donde los bosques se desarrollen sin intervención humana, priorizando la biodiversidad y limitando la extracción de recursos. En este caso, sin embargo, estamos hablando de los llamados bosques maduros. El tipo de intervención, la eliminación controlada, puede llevarse a cabo a través de una tala selectiva, de la intervención natural e históricamente eficaz de los herbívoros, con quemas prescritas e incluso a través de un control efectivo y planificado de los incendios, una constante que ha intervenido a lo largo de los siglos en la configuración de los bosques mediterráneos.

En cualquier caso, es evidente que cada ecosistema responde a unas dinámicas propias. La UE tiene previsto aplicar a partir de 2026 una ley que regula la importación de productos procedentes de la deforestación que podría incidir negativamente en nuestro entorno, necesitado justamente de esta limpieza forestal pautada para ordenar el territorio con racionalidad, afán preventivo y de fomento del mundo rural.

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