Opinión
Zaragoza y su zapato de tacón
Zaragoza no quiere morir sin haber saboreado todas las creencias y eso es justamente lo que vimos el pasado sábado en el pregón de la plaza del Pilar
Zaragoza brilla, se conmueve ante tanto amor y desearía que todo el año fueran fiestas del Pilar para que siguiera la risa, el canto, el ajetreado ir y venir en la madrugada y no cesara el cierzo, hoy más delicado que ayer, porque Zaragoza no quiere morir sin haber saboreado todas las creencias y eso es justamente lo que vimos el pasado sábado en la plaza del Pilar cuando los pregoneros cineastas, Pilar Palomero, Javier Macipe y Paula Ortiz, lanzaron sus palabras desde el balcón del Ayuntamiento de Zaragoza ante gestos de sorpresa de la alcaldesa, Natalia Chueca, que no sabía muy bien qué hacer, mientras descontaba el tiempo cuando Paula Ortiz dijo: «Hoy, aquí, somos todos una.
Somos ciudad. Somos foro. Somos asamblea, hogar. Lo somos a pesar de la dureza del viento, de la niebla y del sol abrasador. A pesar de que falten aceras, profesores en los colegios públicos, médicos en los hospitales, casas de juventud. A pesar de las guerras que nos avergüenzan y de quienes nos reprochan denunciar esa vergüenza. A pesar de todo eso, somos una gran ciudad».
Y la ciudad, Zaragoza, se sintió reconfortada, porque estaban sus barrios, sus pilares, todas las madres que son la ausencia de egoísmo y el fundamento de la paz, estaba el sueño y el grito, el rock and roll, el suelo, el cierzo que llegaba suave, el rumor acostumbrado del Ebro, los niños con sus gestos de asombro, las abuelas con sus ojos de vida y también estaban los que no estaban, pero que siempre están con nosotros aunque a veces los olvidemos, porque Zaragoza también olvida y se deja en muchos rincones páginas de su historia que son el alma de su presente.
Hay innumerables razones para amar a una ciudad y una de ellas es la forma tan diferente con la que la miramos aquellos que queremos seguir en sus calles, en su desenfrenado crecimiento por llegar a ser la cuarta capital de España cuidando sus aromas y sus culturas, tan diferentes como necesarias. Zaragoza es un crisol, un oasis en el desierto, un descuidado caos que se recorre andando de punta a punta, es orgullosa y quiere que no se olviden de ella cuando en su nombre se predica odio y exterminio. Es femenina, cada día más, y tiene un zapato de tacón que no descansa y con el que recorre sus calles, demolidas o hermosas, huérfanas o masificadas y solo ella, nadie más, sabe clasificar las penas, hasta ponerles nombres. Así es Zaragoza.
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