Opinión
De Descartes a Frankl, pasando por Skinner
Volver a El discurso del método de Descartes en tiempos convulsos nos recuerda que «pienso, luego soy» no es solo una afirmación filosófica, sino una llamada a sostener la humanidad mediante la razón. Pensar nos define, y cada ser humano, único e irrepetible, merece que ese principio se traduzca en reconocimiento y compasión frente a la desolación que vemos cada día.
Víktor Frankl, en El hombre en busca de sentido, narró que incluso en el horror de Auschwitz el ser humano puede hallar sentido al sufrimiento. Su testimonio demuestra que la dignidad no depende de las circunstancias, sino de la libertad interior. Recordar esto es esencial cuando contemplamos la deshumanización en cualquier conflicto: cuerpos, hogares, vidas quebradas. Reconocer esos signos debería bastar para despertar nuestra primera obligación moral: la ayuda.
Desde la psicología, Skinner explicó que el comportamiento se moldea por refuerzos y castigos. Los refuerzos positivos consolidan conductas, mientras que los castigos solo las inhiben temporalmente. Aplicado a la esfera política, los castigos colectivos rara vez generan seguridad: multiplican resentimientos y perpetúan la violencia. La historia lo confirma.
Por eso, al mirar lo que ocurre en Gaza -sin negar su complejidad histórica- surgen preguntas éticas urgentes: ¿cómo reaparecen los métodos de deshumanización en pueblos que también conocieron el dolor? ¿Puede la memoria de la víctima transformarse, sin advertirlo, en justificación de nuevas violencias? No se trata de simplificar el conflicto, sino de preservar la humanidad frente a sus consecuencias. Cortes de agua, bombardeos indiscriminados o bloqueos no distinguen culpables: afectan a civiles, niños, ancianos. No es castigo calibrado; es sufrimiento que se extiende.
Descartes proponía dividir los problemas en partes. Esa regla puede aplicarse aquí: separar las dimensiones del conflicto -humanitaria, jurídica, política, psicológica- para abordarlas con claridad. En lo humanitario: garantizar agua, alimentos, medicinas y corredores seguros. En lo jurídico: investigar crímenes de guerra con independencia. En lo político: fomentar mediaciones efectivas. En lo psicológico: tratar el trauma y reconstruir el tejido comunitario. Comprender por partes es el primer paso para actuar.
La responsabilidad no recae solo en los gobiernos locales. Las potencias, organismos internacionales y medios de comunicación poseen medios y deberes que no pueden eludir. La neutralidad ante la injusticia es complicidad pasiva. La comunidad internacional dispone de instrumentos diplomáticos y humanitarios capaces de proteger a los civiles si se aplican con coherencia moral.
No se trata de ingenuidad: la paz exige voluntad política, pero también pensamiento riguroso y creatividad ética. De Descartes aprendemos a analizar; de Frankl, la dignidad que da sentido incluso en la pérdida; de Skinner, los límites de los castigos y el poder transformador del refuerzo. Pensar, sentir y actuar son tareas inseparables.
Frente a la tentación de la indiferencia, conviene mantener una mirada humana que no caiga en el simplismo moral. Defender la dignidad de cada vida requiere análisis, y reconocer la complejidad no excusa la pasividad. Pensar nos obliga a actuar con responsabilidad: «pienso, luego soy», pero ese ser cobra plenitud solo cuando se traduce en compasión activa.
Dividamos los problemas, nombremos a quienes sufren, busquemos soluciones posibles. La respuesta a la violencia no debe ser más violencia, sino la búsqueda tenaz de medidas que preserven la vida y la posibilidad de un futuro distinto, uno en el que la estabilidad surja no de la humillación del otro, sino del respeto a la singularidad irrepetible de cada ser humano.
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