Opinión
Misterio en Praga
Vuelve a las librerías Don Brown con otra nueva aventura de Robert Langdon, el Indiana Jones de la literatura. Una suerte de arqueólogo a quien la vida, las mujeres y los misterios sonríen en clave de aventura e incierto final, aunque al concluir el desenlace siempre ganen los buenos (Langdon). Aquí, en El último secreto, el profesor se las tiene que ver con una oscura trama de siniestros individuos que en la sombra operan intrigando en pos de la llave para abrir el resorte más recóndito del ser humano: su conciencia.
Alma o espíritu que supuestamente todos poseemos y que, aunque no sabemos muy bien cómo definirlo, parece regir nuestros reflejos, resortes y principios ontológicos, filosóficos, creativos, espirituales, incluso sentimentales... Una doctora en noética, ciencia del conocimiento, compañera (y amante) de Langdon, la profesora Solomon, parece haber dado con la tecla y llegado a conclusiones definitivas sobre la identidad y materia de la conciencia del hombre. Incluso ha escrito un libro, todavía inédito, pero que, cuando próximamente se publique, dará pie a un cambio de paradigma en los estudios del cerebro. En la novela de Brown, mientras el arqueólogo y la doctora Solomon comparten y protagonizan unas conferencias en Praga, dicho manuscrito va a ser objeto de un sofisticado robo.
Praga, sí, la capital del ocultismo, de los descubrimientos arcanos, del espiritismo, la alquimia... Y también del Golem, aquella criatura fabulosa que ya despertó la curiosidad y el talento de Jorge Luis Borges y de otros relevantes autores que en su leyenda se inspiraron para sus novelas, películas y cuentos; y que ahora resurge, insuflado por Dan Brown como otro y mistérico protagonista de El último secreto.
Lectura fácil, entretenida y con buen trasfondo documental la de esta novela larga que se hace corta en virtud a su muy práctico esquema a la hora de acelerar la acción con constantes episodios de raptos, amenazas, hackeos, detenciones y disparos en esa Praga espectral, con aires de guerra fría, donde nadie que se cruce en la noche será un simple turista, y donde puede estar jugándose la básica parte de la humanidad que atañe a nuestra inteligencia individualizada. Esa que nos hace diferentes y, por tanto, libres de elegir.
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