Opinión | El artículo del día
Hesse y Zweig
Cocinar hizo al hombre es un libro de Faustino Cordón que leí hace muchos años y que me convenció de lo que afirma en su título. Sin embargo, la civilización la crearon los libros, tesis que no es mía pero que defiendo, sin lugar a dudas. La aragonesa Irene Vallejo lleva decenas de ediciones de su maravilloso libro El infinito en un junco, premiado en varios países y, sobre todo, leído por millones de personas. ¿La razón? Desde luego el conocimiento, erudición y habilidad narrativa de la autora, pero me atrevo a añadir que el tema también cuenta. Y lo que narra es una especie de historia de la humanidad a través de la escritura. Este verano he repetido una buena costumbre, releer, además de leer, claro. Y uno de los libros que he vuelto a coger es uno algo extraño ya que no es un clásico poemario o novela, ni siquiera un ensayo, se trata de una recopilación de cartas entre dos escritores, Herman Hesse y Stefan Zweig, alemán y austriaco, amigos que compartieron diferentes pasiones, como la literatura y el pacifismo.
Debo confesar que en mi formación hay importantes lagunas, aunque también añado que casi me debería alegrar puesto que por ese motivo he podido con el paso de los años ir conociendo y estudiando temas antes desconocidos. En bachillerato dábamos algo de literatura española, poco, más de clásicos, y en el campo internacional como éramos de francés pues tres o cuatro de ese país. Como trato de contar algo sobre dos autores que escribieron en lengua alemana tengo que afirmar que ni siquiera Goethe apareció en mis estudios. Que me perdonen los Hermanos Maristas, que es donde cursé los cursos en los que se trataban estos temas, pero es la verdad.
Hace unos años descubrí a Zweig por un libro: Momentos estelares de la humanidad, cuya lectura he recomendado desde entonces siempre que he tenido ocasión, como hago ahora. Una magnífica editorial, Acantilado, ha traducido y publicado buena parte de su obra, lo que ha permitido a los aficionados a la lectura descubrir obras extraordinarias, de las que destacaré dos, aceptando que hay muchas otras notables. Me gustó mucho su autobiografía, de una vida muy intensa: El mundo de ayer, y su estudio sobre Montaigne, de quien descubrí que tenía antecedentes familiares zaragozanos.
Nacido el 28 de noviembre de 1881 en una muy acomodada familia judía, de empresarios y banqueros, pudo dedicar su juventud al estudio, llegando a doctorarse sin que la docencia universitaria le atrajese, lo hizo por presión paterna. Vienés de cultura alemana, viajó por medio mundo y llegó a vivir en diferentes ciudades, siempre dedicado a la escritura en libros y colaboraciones en prensa. Participó en la Gran Guerra en un gabinete de comunicación y allí incubó un potente pacifismo que le marcaría el resto de su vida. El ascenso nazi le llevó a exiliarse a Londres, desde donde atacó a la ideología militarista y terminó viviendo con su segunda esposa en Brasil, en Petrópolis, donde se quitaron la vida el 23-F de 1942 al creer que su detención estaba próxima. Muy prolífico, gozó de gran fama en vida.
Si Sweig nació rico, Herman Hesse lo hizo pobre, en una familia de misioneros cristianos de fuertes creencias. Su infancia la pasó en la zona alemana de la Selva Negra, próxima a Suiza, país al que huiría para evitar combatir en la Gran Guerra y en el que se nacionalizaría en 1923. Su primera novela, Peter Camezind le hizo famoso en círculos literarios y lo puso en contacto con otros escritores. Vivió muy modestamente, en casas sin comodidad alguna y necesitando ayuda económica para sobrevivir, con problemas de salud y rehuyendo de la fama mundana. Sus inquietudes intelectuales y sociales lo acercaron a otros autores, con un abundante intercambio de cartas en las que comentan sus publicaciones y, a veces, se llegan a hacer críticas severas. Fue muy denostado por el régimen nazi, al que combatió con dureza en sus obras y en prensa. De este autor solo he leído dos libros: El lobo estepario y Siddharta. Finalizada la Segunda Guerra mundial, en 1946, fue reconocido con el Premio Nobel de Literatura. Fallecido el 9 de agosto de 1962, vivió los últimos años de su vida con cierto desahogo económico.
La lectura de las cartas que se intercambiaron durante muchos años, (1903-1938), es muy instructiva. Con vidas muy distintas, la escritura y críticas a ciertas políticas, así como a la cobardía de muchos ciudadanos les unieron, dando el uno una visión del mundo muy cosmopolita y el otro rural y casi miserable. Es conmovedor ir viendo, carta a carta, como crece la amistad y la sinceridad que les ayudó a ambos a mejorar sus textos y a legar a la humanidad tanta creatividad literaria y reflexión sensata.
En estos momentos en los que ciertos políticos están provocando conflictos bélicos que amenazan con destruir otra vez al mundo es alentador conocer a estos gigantes de la literatura intercambiarse opiniones favorables al pacifismo y alentadoras de una Europa unida. Y es descorazonador comprobar como sus esfuerzos, baldíos entonces, siguen siendo inútiles para parar el horror militarista.
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