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Opinión | El ángulo

Podemos o la venganza fría

La política muchas veces se explica por el fuego amigo y las heridas que provoca, pocas son tan visibles como la que separa a Pablo Iglesias, líder in pectore de Podemos, de Yolanda Díaz. Lo que empezó como un traspaso de confianza ha acabado en un ajuste de cuentas público y prolongado. Iglesias ha convertido su decepción en venganza. Después una campaña electoral en la que Podemos entró por el embudo de Sumar a última hora y sin ningún entusiasmo, decidió pasar al Grupo Mixto a los pocos meses de la nueva legislatura.

Hoy las miradas en todas las votaciones importantes están puestas en Podemos, no solo en Junts, como se esperaba desde la investidura. Ya no gobierna, pero sigue marcando el debate desde la oposición simbólica, manteniendo la atención en ellos hasta el último momento como el agonizante sí al embargo de armas de Israel, cuando ellos habían sido los principales promotores y catalizadores del descontento popular.

Podemos votó en contra de la reforma del subsidio por desempleo hiriendo gravemente a su enemiga, la ministra Yolanda Díaz, lo hizo también contra una reducción de cotización para los mayores de 52 años, del decreto «antiapagones» que llevó el Ejecutivo, a instancia de los ministros de Sumar, al Congreso. No hay tregua, ni con las votaciones relacionadas con movilidad sostenible, ni con la delegación de competencias migratorias a Cataluña o con la Ley de Vivienda.

Díaz construyó su propio espacio apelando al diálogo, a la institucionalidad, mientras Podemos se desangraba en batallas internas y en pérdida de peso electoral. La hija política terminó emancipándose del padre, y eso, para Iglesias fue traición, no hay ocasión en que no lo muestre. Un proyecto que soñó con asaltar los cielos y acabó atrapado en sus tormentas.

Las rupturas políticas son siempre son personales. Iglesias y Díaz no discuten por una ley sino por el sentido de la izquierda auténtica Y en esa batalla, los egos pesan tanto como las ideas. Su historia no es solo la de una traición, sino la de un país donde los proyectos se rompen, una y otra vez, justo cuando tocan poder. En la izquierda tienen especial experiencia en estos movimientos que les deja según todas las encuestas en una situación residual, entre el 3 y el 6% de los votos, que sólo les serviría para mantener un pequeño aparato de partido con unos votantes muy fieles, pero con escasa capacidad de influencia. Las heridas son difíciles de cerrar, pero o se pasa la página de las decepciones personales, entre ellas el trato dispensado a Irene Montero o la venganza se llevará por delante todo lo que no sea la derecha española. 

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