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Opinión | erre que erre

Zaragoza

Zaragoza necesita reconocerse

Participantes en la Ofrenda de flores, el acto central de las Fiestas del Pilar.

Participantes en la Ofrenda de flores, el acto central de las Fiestas del Pilar. / EL PERIÓDICO

Zaragoza se reencuentra cada 12 de octubre consigo misma. El día grande del Pilar convierte la ciudad en un escenario colectivo donde tradición, emoción y convivencia se mezclan sin esfuerzo. La Ofrenda, las flores, las jotas, los reencuentros, las calles llenas: todo habla de una comunidad que, al menos por un día, recupera el sentido de lo común. Pero bajo esa estampa vibrante, Zaragoza sigue arrastrando un problema que ni la devoción ni la fiesta consiguen tapar: la ausencia de un modelo de ciudad claro, reconocible y compartido.

Hace tiempo que Zaragoza parece moverse sin brújula. Cambian los gobiernos, se anuncian proyectos, se levantan barrios nuevos y se arreglan avenidas, pero el resultado no compone una visión coherente. No se sabe muy bien si la ciudad quiere ser una urbe compacta y sostenible o una mancha de viviendas dispersas; si aspira a fortalecer su tejido cultural o a apostar por la logística y el turismo; si busca un centro vivo o una periferia en expansión. Falta un hilo conductor, un relato común que ordene las decisiones más allá del corto plazo.

El problema no es la falta de ideas, sino su desconexión. Zaragoza lleva años acumulando propuestas inconexas, muchas impulsadas más por la urgencia política que por una reflexión de fondo. No hay una conversación colectiva sobre el tipo de ciudad que se quiere ser. Mientras, el tiempo pasa. La ciudad avanza, sí, pero sin dirección.

Y sin embargo, Zaragoza conserva algo que otras capitales envidiarían: un espíritu abierto y una identidad compartida que trascienden la política y las modas. Pese a sus dudas estratégicas, sigue siendo una ciudad acogedora, sencilla y cercana, capaz de integrar sin estridencias a quienes llegan de fuera. Esa Zaragoza cotidiana, que no necesita etiquetas para ser plural, es la que se muestra con más fuerza en el día del Pilar. Una ciudad que celebra junta, que se reconoce en su diversidad y que mantiene vivo un sentido de pertenencia nada común en tiempos de polarización.

Quizá ese sea el punto de partida que falta para construir un modelo propio: aprovechar esa energía colectiva que cada octubre llena las calles. Porque el verdadero reto no es parecer una gran ciudad, sino comportarse como tal: con ambición, con visión y con una idea compartida de futuro. Zaragoza no necesita reinventarse, sino reconocerse. Entender qué la hace distinta y convertirlo en proyecto, en estrategia, en política urbana coherente.

La Ofrenda demuestra que la ciudad sabe organizarse, emocionarse y compartir. Falta dar el salto a la planificación, del entusiasmo festivo a la acción sostenida. Si Zaragoza lograra trasladar esa capacidad de unión a su forma de pensar y gobernar, celebraría mejor su día grande y tendría una razón de peso para mirar al futuro con la misma confianza con la que hoy se asoma al balcón de la basílica del Pilar.

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