Opinión | TERCERA PÁGINA
La batalla de Épila y el privilegio hendido
Constatada está la preeminencia de algunos nobles aragoneses conforme el devenir del siglo XIII se acercaba a su último tercio y hasta el punto de llegar a enfrentarse al propio rey por las armas. El resultado, la batalla de Épila del 21 de julio de 1348. Pero no perdamos la concatenación de los hechos…
El deterioro de las relaciones entre monarquía y nobleza aragonesa tuvo uno de sus momentos más críticos en el reinado de Pedro III El Grande (1276-1285) por el acrecentamiento de su política mediterránea de la Corona que tanto descuidaba, ¡y disgustaba!, a los intereses de los prohombres de Aragón. La consecuencia sería la inminente creación de la llamada Unión Aragonesa de los nobles que compartían un mismo sentimiento de menoscabo y cuya reunión tuvo lugar en la ciudad de Tarazona en 1283, para culminar seguidamente en el Privilegio General por el que los próceres del reino reforzaban sus prerrogativas, llegando, incluso, a la exigencia previa del juramento de los Fueros y libertades de Aragón por parte de los reyes si querían ser reconocidos como tales (el primero en hacerlo sería el sucesor de El Grande, Alfonso III). Más adelante, ¡todavía más pretensiones!, vendría el denominado Privilegio de la Unión de 1288, donde los ricoshombres aragoneses escudaban la legitimidad de nuevas demandas. Sin embargo, Pedro IV cansado de tanta transigencia y, sobre todo, creemos, del peligroso efecto expansivo que las reivindicaciones aragonesas estaban generando en otros territorios de la Corona, más exactamente en el reino de Valencia en el que ya se daba por hecho la Unión Valenciana, decidió abortar tan enojoso movimiento aragonés.
En el Aragón de julio de 1348, Pedro IV no estaba solo, le apoyaban núcleos tan importantes como Huesca, Teruel, Calatayud y Daroca, además de un grupo de hombres destacados como Blasco de Alagón, Tomás Cornel, Juan Ximénez de Urrea, Pedro de Luna y todos bajo el mando de Lope de Luna. Y en este grupo de realistas se encuentran documentadas las principales poblaciones de Valdejalón con Épila, Calatorao, Ricla y La Almunia de Doña Godina al frente. Por su parte, los de la Unión liderados por el infante Fernando, hermanastro del rey, contaban con el sostén de ciudades tan principales como Zaragoza y Tarazona y con la mayor parte de la oligarquía aragonesa: Pedro Cornel, Gombal de Tramacet, Galván de Anglesola, también el señor de Biota y muchos otros. Sin duda una contienda fratricida entre aragoneses, sirvan de ejemplos los Cornel o los Ximénez de Urrea.
Llegados a la anunciada fecha del 21 de julio, encontramos a los realistas en Épila, amparados por las murallas de la villa y soportando un duro asedio de 15.000 unionistas. Y como nos dice Zurita: Se dio aquel día un muy bravo combate, y no pudiendo entrar en el lugar pegaron fuego a las mieses que tenían en las eras y quemaron muchas casas que estaban fuera del muro y talaron las viñas y huertas y cáñamos e hicieron muy grande daño en el término… Y el oportuno socorro de las tropas de Lope de Luna con más de 1.000 caballeros, abandonando el cerco de Tarazona, fue determinante para la victoria de los afines a Pedro IV. Las consecuencias bélicas de la batalla no admitirían dudas: el infante Fernando herido en el rostro por una lanza y hecho prisionero y numerosos nobles unionistas muertos en la contienda. Y, simbólicamente, los pendones de la Unión y de Zaragoza expuestos en Épila como señal de triunfo.
El 7 de agosto Pedro IV entraba en Zaragoza. Los dictados reales fueron demoledores: trece unionistas ahorcados en la Puerta de Toledo de Zaragoza, confiscación de los bienes de los nobles muertos o huidos en combate, y la Unión desprestigiada y jurídicamente desbaratada. El 22 de septiembre y en el palacio de la Aljafería, se preparó una gran fiesta y celebración en honor de un victorioso Lope de Luna ya investido con el título de conde. Y en las Cortes de Zaragoza del 4 de octubre, sin salir de 1348, el Privilegio de la Unión fue abolido y uno de sus pergaminos apuñalado por el mismo rey; como nota positiva de tanto ensañamiento, esas mismas Cortes sirvieron también para perfilar las competencias del Justicia de Aragón como garante de los Fueros y libertades del reino y de la pacífica convivencia entre los aragoneses.
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