Opinión | SALIDA DE EMERGENCIA
738 días
Ojalá no tuviéramos que hablar ni de los unos ni de los otros, porque querría decir que habría menos sufrimiento. Pero hay que hablar de los unos y de los otros, de los rehenes y de los muertos. Los primeros ayer fueron liberados y pudieron hablar con sus familias después de 738 días secuestrados sin saber ni conocer cuál iba a ser el final; los otros, los muertos, no podrán regresar a sus casas, ni hablar con sus familiares, porque el horror y la sinrazón acabó con sus vidas y ahora, gracias a las presiones internacionales, se habla de paz en Egipto para Gaza, que está destrozado y sin saber bien cuál va a ser su futuro, que de alguna forma se diseñará en la cumbre que tiene lugar estos días.
Lo sucedido en estos más de dos años en Israel y Gaza es el retrato violento de nuestra sociedad, que cada día se encuentra más agotada y asfixiada por los intereses de unos que nada tienen que ver con los del conjunto. A los muertos, como debe ser, los llorarán sus familiares que recordarán su risa, sus contagiosas ganas de vivir, sus sueños y perforarán sus corazones con todas las letras de sus nombres. La historia de los rehenes liberados será otra, porque solo ellos saben cómo deben pesar 738 días con sus noches y sin saber cuándo se abrirá la puerta hacia la libertad o si esa puerta jamás se abrirá. Vivir con esa incertidumbre debe ser agotador y trae consigo consecuencias que son para toda la vida, porque esa mochila es pesada y en su interior se amontonan los miedos, las dudas, el rencor y también el odio que nace con la incomprensión de pensar que tú no debías estar allí, que te espera tu madre que te llora y tu padre que reza para que regreses cuanto antes.
Ayer fue un día importante porque la guerra ha terminado y los rehenes fueron liberados y se supone que la vida sigue, aunque haya vidas que de una forma u otra han sido usurpadas, robadas. Efectivamente es demoledor echar la vista atrás y pensar en todo el tiempo que ha habido que esperar para establecer un acuerdo que dignifique las vidas que ya no están y también a aquellas que están por venir. El camino hacia la paz siempre es estrecho, oscuro y a veces desesperado, pero tiene que llegar. Necesitamos que llegue para poder volver a creer en algo más allá de las nubes, el cielo o el mar.
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