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Opinión | Editorial

Las fiestas del Pilar funcionan a pesar de todo

Las fiestas del Pilar llegaron anoche a su fin tras diez días de intensa actividad en las calles y escenarios principales de la programación. La satisfacción de los zaragozanos ahí queda un año más, una nota de 7,9 sobre diez, siempre notable en una encuesta a la que habrá quien le dé más o menos credibilidad pero siempre se mueve en una horquilla parecida. Lo que es incontestable es la cantidad de personas que se han echado a la calle para vivirlas, disfrutarlas y sobre todo abstraerse de polémicas y discursos políticos. No empezó nada bien este año, con los desplantes de Vox y del propio Gobierno de la ciudad a uno de sus hijos predilectos, Casa Palestina en Aragón, que tuvo que vivir el acoso de todo un exvicepresidente de Aragón como Alejandro Nolasco a las puertas de su casa solo porque unos ven «terroristas» donde la mayoría ven un pueblo reprimido, invadido y masacrado en el último genocidio que nos ha ofrecido la Historia a manos de un Gobierno de Israel que por fin accedió a detenerlo.

Tampoco ayudaba a la euforia la polémica suscitada con el pregón, reivindicativo, en boca de la cineasta zaragozana Paula Ortiz que tuvo que aguantar las críticas de la alcaldesa, Natalia Chueca, al día siguiente. Ella también recibió críticas en alguna de las actuaciones incluidas en el menú para este año de acercar la cultura a todos los públicos, los ecos de una trifulca que nunca debió producirse. Pero las fiestas del Pilar no se tocan, nadie puede embarrarlas y toda la ciudad quiere vivirlas sea cual sea la oferta, las dificultades o los protagonistas que se empeñan en restarle valor. Serán las fiestas en las que el ayuntamiento decidió que los puntos violeta ya no tenían razón de ser y era mejor ir a espacios unisex le moleste a quien le moleste, las fiestas en las que Morante de la Puebla decidió hacerle un feo a la afición de La Misericordia o las fiestas en las que la huelga en el tranvía fue convocada para el día clave y la de las quejas, pitos y protestas en la Ofrenda de Flores por las demoras, excesivas, en el grupo de oferentes individuales que también existen y dan colorido al momento cumbre de los Pilares. Aunque desde el ayuntamiento se les diga que esa espera es inevitable, los que nunca faltan a la cita con la Virgen del Pilar sí que saben medir cuándo es un camino lento pero bien organizado y cuándo se ha ido claramente de las manos a los que la planifican. Quizá hoy, al día siguiente de terminar, toca reflexionar y tomar nota de todo, no solo lo que sirva de elogio, y empezar a pensar en las próximas fiestas.

Porque Zaragoza tiene claro cómo se viven sus fiestas, incluso cómo compartirlas con un aluvión de visitantes de fuera, a los que se les acoge como siempre. Los Pilares son una cita imprescindible en el calendario doméstico y en el de cada vez más comunidades, limítrofes o más alejadas, atraídos por el imán religioso de la Virgen del Pilar, que ya funciona todo el año, pero también por una oferta para todos los públicos que siempre es mejorable pero está al nivel de otras grandes citas en España. Zaragoza es mucho más que tradición, aunque esta sigue con sus raíces intactas y bien profundas para que vaya pasando de generación en generación. Es ciudad de acogida y de celebración, más allá de los grandes conciertos. Y sobre todo es una capital con su autoestima intacta, más en estas fechas, que sabe trasladar que los Pilares no se tocan.

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