Opinión | LA GUINDILLA
GUSTAVO GARCÍA HERRERO
De quién son los mayores
La expresión «nuestros mayores» forma parte del lenguaje político y mediático al referirse a las personas de edad avanzada. Ese posesivo no se utiliza tanto al hablar de «nuestros jóvenes», «nuestros niños y niñas»... Ni, por supuesto, «nuestros inmigrantes», «nuestras personas sin hogar», «nuestros menores no acompañados»...
¿Porqué consideramos tan nuestras a las personas mayores? ¿Es una expresión de respeto o compasiva? El lenguaje se vuelve confuso incluso para nombrarnos: ancianos, tercera edad, jubilados, abuelos...
Por cierto, ¿a qué edad se es «mayor», «anciano» o de la «tercera edad»? Antes, los 65 años era una referencia no solo de la edad de jubilación sino también la entrada en una etapa de la vida marcada por la ociosidad y la necesidad de cuidados. Actualmente, salvo circunstancias específicas de enfermedad, una persona de esa edad está plena de vitalidad y puede ser muy activa en toda su vida personal y social, aunque laboralmente esté jubilada.
Institucionalmente se sigue considerando los 65 años como edad para hacer uso de servicios sociales para personas mayores. Pero resulta exótico encontrar personas de esa edad en una residencia de mayores (la media se acerca a los 85 años), y lo mismo ocurre con los centros de día, la ayuda a domicilio o la teleasistencia. Va siendo hora que la normativa y las estadísticas sobre servicios para personas mayores se adapten a la realidad actual.
Y también la mentalidad social, porque siguen siendo muchos los prejuicios. Por ejemplo, asociar persona mayor con necesidad de cuidados; por supuesto que esta aumenta con la edad, pero apenas la mitad de las personas mayores de 80 años tiene algún grado de dependencia. Y más del 95% pueden seguir viviendo en casa.
Nos llegan, con frecuencia, informaciones preocupantes sobre el incremento de suicidios entre personas jóvenes. Es normal que sintamos la pérdida de una vida a esa temprana edad. Lo cierto es que las tasas de suicidio se disparan de manera notable a partir de los 80 años. Pero eso no tiene el mismo impacto social ni mediático.
Si se habla de soledad, casi siempre se asocia con personas mayores. Sin embargo, todos los estudios coinciden en que son las personas de 18 a 25 años quienes más sienten la soledad (en porcentajes próximos al 80%), mientras que ese porcentaje desciende a la mitad (por debajo del 40%) en las personas mayores de 65 años.
Es cierto que muchas personas mayores viven solas, aunque vivir solas no es lo mismo que la soledad. Con toda seguridad cada vez van –vamos– a ser más quienes vivamos solas de mayores. Es consecuencia de la forma de vida que hemos decidido en la sociedad actual, donde los vínculos familiares no son ni tan extensos ni tan sólidos; y donde la privacidad tiene un papel tan importante en nuestra vida joven o adulta. Comenzamos a vivir nuestra soledad mucho antes de los 65 años, aunque entonces no lo percibamos.
Nada peor que los estereotipos para conocer la realidad de las personas mayores, ni individualmente ni como colectivo. Además, condicionan la forma como se nos trata en el día a día, en los medios o en los discursos.
No necesitamos que se repita una y otra vez todo lo que hemos aportado a la sociedad, ni que se piense en nosotros y nosotras sólo como necesitados de cuidados. Sobran comentarios compasivos.
Es cierto que algunas personas sufren situaciones de dependencia por su avanzada edad y necesitan cuidados. Pero eso no significa que se les deba privar de su autonomía para decidir sobre su propia vida. Ni sus familiares más allegados, ni mucho menos cualquier profesional en un centro residencial, debe decidir por ellas sobre sus gustos (en su imagen personal, en su forma de vestir...) o en las actividades que desean o no realizar.
También hay quienes sufren deterioros cognitivos asociados a la edad, que limitan su capacidad de decisión; incluso quienes se vuelven «como niños». Pero eso no justifica tratarles como niños. No hay nada más indigno para una persona mayor que infantilizarla. Piense usted si le gustaría que le traten así en su edad avanzada.
Es hora de cambiar la mentalidad sobre las personas mayores. Porque, por suerte, cada vez podemos vivir más años y con mayor calidad de vida. Y porque antes o después, si no ocurre alguna desgracia en su vida, todos y todas cumpliremos 65, 70, 75, 80 años o más.
No somos «ancianos», ni necesariamente «los más vulnerables», ni nos gusta que nos llamen «abuelitos o abuelitas» (salvo nuestros nietos, claro); lo de «tercera edad» es un eufemismo, cuando menos hortera. Somos personas, cada cual con nuestra edad y circunstancias; como todos y todas; personas mayores. Por cierto, no somos de nadie.
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