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Opinión | A contraluz

Sobre jubilaciones y guardias médicas

Para mí, esta semana de Pilares ha sido un paréntesis temporal, en el que ninguna noticia –salvo la de la pausa del genocidio israelí al pueblo palestino, esperemos que definitiva– ha conseguido romper mi concentración para encajar la actividades del programa infantil. Pero toca centrarme en la vida real y sus problemas.

Y es que la semana pasada volvimos a ver batas en la calle, pues hubo huelga de médicos a nivel nacional el 3 de octubre. La huelga tiene lugar en plena negociación del Estatuto Marco –que es la norma básica que regula al personal sanitario y que por fin parece que se renueva con la ministra Mónica García–, aunque hay que tener en cuenta que las Comunidades Autónomas tienen transferidas la mayor parte de las competencias concretas, entre ellas las de los sueldos que les pagan a los médicos o el número de plazas MIR que habilitan en cada hospital.

A mí, por deformación profesional, me gusta informarme de qué van las huelgas y, en ésta, que me interpela especialmente no como paciente sino como abogada laboralista, voy a abrir un melón. Y es que entiendo perfectamente el hartazgo de los médicos con sus infumables, agotadoras, deshumanizadoras y malas para la salud (la suya y la nuestra, como pacientes) guardias de 24 horas, y defiendo con ellos que hay que eliminarlas. Empatizo también plenamente con que no tiene ningún sentido que las horas de guardia que hacen las cobren peor que las horas de jornada ordinaria. ¿En qué cabeza cabe que «las horas extras» se paguen peor que las horas ordinarias? Y ello bien merece una huelga.

Sin embargo, uno de los eslóganes que han esgrimido como motivo de la reivindicación me chirría, y mucho. Y es que, cada vez que escucho decir en la tele y redes sociales que «las guardias de 24 horas no cuentan para la jubilación», se me eriza el pelo de pavor, porque me parece tremendamente capcioso y peligroso para el resto de trabajadores.

Aquí va un poco de teoría: para poder jubilarse en nuestro país hace falta reunir lo que se llama «un periodo de carencia genérica» de al menos 15 años cotizados. Es decir, has tenido que trabajar y cotizar al menos 15 años para poder jubilarte. Y a partir de ahí, cuanto más días trabajes y más cobres, mejor pensión te quedará. Además, rige el principio «día trabajado, día cotizado» y, por tanto, para reunir esos 15 años de cotización se equipara el trabajo a tiempo parcial al trabajo a tiempo completo, de tal manera que, si has trabajado un día, ese día cuenta como un día cotizado, sin importar si has hecho 4, 8 ó 12 horas. Porque, además, las horas extras no computan como días extras de cotización para ningún trabajador, no sólo para los médicos.

Hay a quien esto le puede parecer injusto, pero, en mi opinión (y la del Tribunal de Justicia de la Unión Europea, que fue quien obligó a España a equiparar), no lo es en absoluto. ¿Por qué? Pues porque luego la jubilación se calcula también teniendo en cuenta el salario por el que uno ha cotizado y, obviamente, no cobra lo mismo quien trabaja 4 horas al día que quien trabaja 8; y, sobre todo, porque no hacerlo así implicaba que quien tiene un contrato a media jornada –colectivo mayoritariamente femenino– tenía que trabajar 30 años para poder jubilarse, frente a los 15 de quien tiene un contrato de jornada completa.

Porque el cuidado y la precariedad laboral tienen género. La Encuesta de Empleo del Tiempo y la EPA recuerdan que las mujeres siguen asumiendo más trabajo no remunerado y concentran la parcialidad vinculada a hijos. Entre 25 y 54 años, con un menor a cargo, una de cada cinco trabajadoras está a tiempo parcial, frente a un 4% de hombres.

Así que abrir la discusión sobre si 24 horas de guardia deberían contar como 3 días trabajados para la jubilación me parece extremadamente peligroso, porque la siguiente derivada lógica es plantearse: ¿Y en el resto de sectores? ¿Quién ganaría la carrera? Quien pueda encadenar turnos maratonianos o quien pueda hacer horas extras; olvidándonos que precisamente se estaba trabajando en una reducción de la jornada laboral para vivir, en general y mayúsculas, y no para vivir trabajando.

Por lo tanto, lo serio es defender acabar con 24 horas de trabajo seguido sin descanso –que no hace bien a nadie, ni a los médicos ni a los pacientes–, no hacerlas «rentables» para la jubilación.

Cierto es que, con el problema de la falta de médicos que tiene nuestro sistema, la eliminación de esas guardias no es algo sencillo, pero poco o nada se conseguirá mientras no asumamos que la sanación del sistema pasa –entre otras cosas– por obligar a las Universidades públicas a crear más plazas de Medicina y a las comunidades autónomas y universidades (y a los colegios de médicos) a que haya más plazas MIR.

Sin pacto de estado en materia sanitaria (y de pensiones) y planificación a medio plazo, es sólo un sálvese quien pueda.

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