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Opinión

Las encuestas susurran a Nolasco

Los sondeos electorales no solo hacen una foto política del momento, más o menos enfocada según quien la encarga, sino que modifican comportamientos electorales no solo de los votantes sino de los cargos electos. Esta capacidad performativa de las encuestas influye diariamente en la toma de las decisiones de nuestros políticos porque vivimos desde 2020 en una campaña permanente.

Los porcentajes, los índices de simpatía le sonríen también al Vox aragonés, y es un dulce susurro que les empuja a no pactar presupuestos con el PP, a equiparar a los dos grandes partidos y a diferenciarse de ellos. Eso sí con la paradoja de que la presidenta de las Cortes de Aragón, segunda autoridad de la Comunidad Autónoma pertenezca a Vox y no ha presentado su renuncia.

Cuando VOX interviene poco en las instituciones no entra en gobiernos, no apoya presupuestos refuerza su imagen de partido que no es parte del sistema. Alejandro Nolasco ha crecido en notoriedad no por aprobar leyes ni transaccionales, sino por subirse a un tractor y denunciar el «fanatismo climático», o por rechazar ayudas a Gaza en nombre de la lucha contra el terrorismo. Estas acciones no tienen consecuencias materiales directas, pero conectan emocionalmente con su base: orgullo nacional, agravio, rebeldía. En cambio, cuando tienen que negociar presupuestos o gestionar consejerías, el efecto es menos emocional y más técnico, y ahí pierden.

VOX ha construido su identidad como fuerza de ruptura, no de reforma. Ese es su espacio. Y lo manejan bien. Cuando están en silencio institucional, pero activos simbólicamente se fortalece su rol de outsider permanente. El perfil de su votante refuerza esta dinámica. Se trata, en buena parte, de voto emocional, reactivo y de castigo. No busca soluciones técnicas, sino respuestas morales. No quiere ver a VOX gestionando la sanidad, quiere verlo rechazando «la agenda 2030», «el consenso progre», “la invasión de inmigrantes”. Y ese tipo de votante castiga más el diálogo que el silencio.

Por eso, VOX funciona mejor como minoría disruptiva que como socio de gobierno. De hecho, su electorado se moviliza más cuando siente que el partido está en guerra contra todos. Cada vez que se sientan en una mesa para negociar, arriesgan erosionar esa imagen. Cada vez que se levantan de ella, crecen.

Lo que hay detrás de sus gestos es estratégico, asegurarse protagonismo, y posicionarse ante el electorado como un actor firme. Y con esos datos en las encuestas, los mensajes con tractores, las denuncias sobre Palestina y los órdagos sobre consejerías no son simples teatralizaciones, son apuestas políticas calculadas.

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