Opinión
El retablo de las maravillas
Con similar argumento al de El traje nuevo del emperador, cuento de origen oriental recopilado por Hans Christian Andersen, y al de una de las narraciones de El Conde Lucanor, Miguel de Cervantes escribió El retablo de las maravillas, entremés en el que un par de pícaros (Chanfalla y Chirinos) estafan a todo un pueblo ofreciendo la representación de una historia que solo pueden ver los cristianos viejos, es decir, gente sin ascendencia mora o judía. Como saben, tal historia no existe, aunque nadie (cristiano viejo o nuevo) se atreve a protestar para no ser señalado.
Ese timo del retablo, sin que en esta ocasión intervengan asuntos de limpieza de sangre, es el que está poniendo en marcha la gran titiritera (como Chanfalla y Chirinos) que responde por Natalia Chueca, alcaldesa, a la sazón, de la Inmortal Cesaraugusta o Saraqusta, como prefieran.
En una vuelta de tuerca más a la ficción en la que ha convertido su mandato, Chueca acaba de sacarse de la manga una nueva marca turística, tal que si fuéramos París, Londres o Kuala Lumpur: «Zaragoza, la ciudad donde todo sucede» (por cierto, en los documentos oficiales la coma que sustituye al verbo tras el nombre no existe, quedando así la cosa: «Zaragoza la ciudad donde todo sucede». Caña a la RAE, hombre, que está llena de izquierdosos. ¿Argumentos para reclamo tan excesivo?
Sus dos catedrales, la capitalidad mundial de la garnacha, el hecho de que Francisco de Goya naciese en estos pagos y lo bien que se va a presenciar desde Zaragoza el eclipse de sol en 2026. ¿En serio? Tal cual lo relato, pues cito textualmente la nota de prensa. Mientras escribo este artículo el ayuntamiento manda una rectificación y aclara que Goya no nació en Zaragoza, sino que vivió en la ciudad. ¿Y? También lo hizo en Roma, Madrid y Burdeos. Además, el único recuerdo de su paso por la ciudad es una placa conmemorativa en un inmueble de la plaza San Miguel (uno de los 10 en los que habitó).
Aunque se irán sumando a la trama otras invenciones, de momento no parece que el eslogan cumpla las expectativas de su enunciado, salvo que se incluya en ese «todo sucede» la supresión de espacios culturales como Etopía, la tala indiscriminada de árboles, la suspensión de ciclos de música, el empeño en centralizar todas las actividades en la plaza del Pilar en detrimento del resto de los espacios ciudadanos, el proyecto (afortunadamente aparcado), de meter mano en la Lonja, gastarse una pasta gansa en espectáculos pintureros con más relumbrón que sustancia, el cierre de las llamadas Zonas Jóvenes, darle vueltas a Goya sin aportar algún resultado sólido, el despilfarro de las luces navideñas creyendo que va a ganar la partida a otras ciudades que aún han gastado más dinero en luminarias, los programas ¡Hola, primavera! y ¡Zaragoza florece!, otra partida presupuestaria que podría dedicarse a programaciones de más enjundia. En fin, como ven, cosas sí que ocurren en la que un día llamé la ciudad de los milagros, pero a esos sucedidos no se refiere la alcaldesa.
Ella sigue con sus catedrales (lástima que las pinturas de Goya en el Pilar no se aprecien bien desde el suelo, aunque sí se pueden ver las falsas bombas de la guerra civil y alguna inscripción que glosa la victoria franquista), a ver si de paso la Iglesia araña algunos fieles más. En esa línea de sumisión al Cabildo y a Vox se inscribe la sesión-sermón, repleta de simbología religiosa, que ese farsante de cura-DJ llamado Guilherme ofreció en las pasadas fiestas pilaristas por el módico precio de 50.000 castañas.
Una actuación que completó en el Auditorio, por la tarde, ante menos público del esperado, con una charla-doctrina a cargo del erario público. Esta patochada del reverendo pinchadiscos fue más o menos contrarrestada por el valiente discurso que como pregonera soltó la cineasta Paula Ortiz, quien dejó a la señora alcaldesa con cara de gato de escayola. Como buena directora, Paula se saltó el guión oficial. ¡Bravo!
Lo de Capital Mundial de la Garnacha es un chiste de los malos. Cariñena, Borja o Calatayud podrían ostentar ese título, pero, ¿Zaragoza, cuya única viña son cuatro cepas plantadas por el ayuntamiento en la ribera del Ebro? ¡Venga ya! Puestos a fabular podríamos ser la capital mundial de la aeronáutica o del fideo fino, pues de la misma forma que no embotellamos garnacha, tampoco fabricamos aviones, ni envasamos fideos. Pero que no decaiga.
Lo de convertir a Goya en zaragozano, en intencionada confusión de realidad y deseo, es puro cachondeo en la disparatada línea de cómo el ayuntamiento zaragozano trata la figura del pintor, y lo del eclipse solar total, fenómeno que será visible desde la mayor parte de la mitad norte de las españas, es buscarle tres pies al gato de Schrödinger. Natural, por otra parte, pues da la impresión de que estamos ante un gobierno municipal de querencias cuánticas, regido por un gran principio de incertidumbre.
Zaragoza, la ciudad donde todo sucede (con coma, sí) ¡Qué cosas! En un lugar donde gran parte de lo que pasa no es precisamente grato, la señora Chueca, la reina de las flores, quiere hacernos ver el retablo de las maravillas. Lo normal sería que ni los cristianos viejos ni los moros jóvenes creyésemos tal disparate, pero oye, cualquier cosa es posible un país en el que una presidenta de Comunidad gobernada por el PP llama hijo de puta al presidente del Gobierno de la nación, y Feijóo, aspirante a ocupar la Moncloa, responde cantando a los limoneros. ¡Viva la garnacha!
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